lunes, 8 de septiembre de 2008

¿Por qué no hay gimnasios para chicas de 40?

¿ POR QUÉ NO HAY GIMNASIOS PARA CUARENTONAS? Es posible tener cuerpos espléndidos a cualquier edad, pero a costa de dejar de comer y hacer mucha gimnasia. Todas intentamos hacer gimnasia en algún momento, pero llega el día en que la hora de la clase de gimnasia coincide con el turno del pediatra, o con la hora de ayudar a nuestro hijo a terminar la lámina para Historia. Entonces lo de sacar músculos se convierte en una quimera. Ni vale la pena empezar esta lucha...¡Si total en las vidrieras no se ve otro talle más que el 42! Salvo que digamos “ El lunes empiezo” . Un día me di cuenta de que, aunque el placard estaba lleno a reventar, yo ya no tenía qué ponerme, porque la mitad de la ropa era talle 42 (un talle que usé durante diez minutos allá por diciembre de 1978). Como no estaba dispuesta a tirar tanta ropa sin uso, me dije “ Voy a volver al talle 42 , aunque me cueste sangre , sudor y lágrimas”. Con una determinación infrecuente en mí, fui al supermercado y llené la heladera de apio, lechuga, tomates, atún en agua y yogures descremados. Y me inscribí en el gimnasio más cercano, que es uno que queda a dos cuadras de casa. Hay uno más lindo con aire acondicionado, música funcional, alfombra de pared a pared y luces dicroicas. Pero cuando una tiene mil cosas para hacer por día, prioriza la poca distancia a la mucha decoración. Me llevé el programa de clases que prometía 24 horas de adrenalina que incluían salsa, merengue, step, afro- step, gimnasia rítmica, jazz, reductora, localizada, step jamaiquino, taichi, tae kwon do, kung fu, gimnasia con aparatos y pileta libre todos los días. Al entrar al gimnasio para inscribirme, me encontré en la puerta con una amiga que estaba por entrar a una clase que ni siquiera figuraba en el menú del gimnasio: “Ven conmigo a una clase genial de gimnasia re-divertida y te conecta con tu equilibrio interior “. Era una gimnasia alternativa dictada por una profesora alternativa que había alquilado un salón alternativo en un horario alternativo. Yo estaba con un ataque de dudaza alternativas por hacer o no ejercicios físicos, y como además estaba perdiendo mi equilibrio interior y el exterior, acepté entusiasta la propuesta. Entonces entré en una ronda de venerables damas sexagenarias, donde tuve el placer inmenso de ser la más joven del grupo. La consigna era seguir los movimientos de la profesora, al son de una música funcional lenta, más adecuada para elevadores, hoteles y supermercados que para un gimnasio.. En fin, me aburrí muchísimo y vi exasperada que las agujas no corrían en el reloj de pared del gimnasio. Hacer gimnasia es la mejor manera de detener el tiempo. Tal vez en eso resida la juventud de las abuelas que me rodeaban : si estás el suficiente tiempo en un gimnasio, el tiempo pasa más lento, y de golpe a los 80 te sientes como una niña de 60. Einstein debe haber pasado por un gimnasio antes de idear la Teoría de la Relatividad. La profesora era una abuelita encantadora con un cuerpo fantástico para su edad, que nos invitaba con una sonrisa permanente a soltar el cuerpo y respirar profundamente. Pero llegó un momento en que yo ya no sabía si estaba exhalando hondo o si estaba suspirando de impaciencia por salir de allí. La clase terminó con una sesión de relajación para la cual nos tuvimos que acostar boca abajo en el suelo. Fui la única del grupo que no tuvo que sacarse previamente los anteojos y colocarlos a salvo sobre el suelo antes de acostarse. Las señoras, junto a sus respectivas gafas, se sumieron en un profundo relax. Yo no podía ni cerrar los ojos ni quitarlos del reloj de pared, sabiendo que se acercaba la hora en que tenía que salir corriendo a hacer el almuerzo para que los chicos pudieran llegar a tiempo a la escuela. Al terminar la suave música relajante, la profesora dio por terminada la clase. Una bisabuela de 79 años se quedó acostada, con los ojos cerrados y la boca abierta. No movió un dedo. - Haydeé...- la llamó la profesora. Sentí pánico, pensando en que ella no despertara jamás. - Haydeé...¡Nos vamos! ...- insistió ¿ Y si se había muerto? ¡ Ya era demasiado mayor para tanto relax! - ¡Haydeé!- gritamos todas, presas del pánico Felizmente, Haydeé abrió un ojo, luego el otro, y se empezó a sobre sus rodillas diciendo: - Ahhhhh....¡Esta música es tan linda que me quedé dormida!... Yo salí tan harta de tanto relax mañanero que me fui a casa a la carrera. Creyendo que una joven de 40 como yo estaba en condiciones de enfrentar una gimnasia más activa e intensa, al día siguiente me metí en la primer clase de gimnasia de donde salía música de rock tipo heavy metal. Nunca supe si me metí en una clase de salsa- jazz, merengue aeróbico, afro -step , o salsa de merengue africano, pero estuve segura de que la profesora sabía tae kwon do, kung fu y karate , y que estaba dispuesta a fulminar de un puñetazo a quien osara no acatar sus indicaciones. - ¡Un- dos- tres ! ¡ Un- dos- tres!- repetía la rubia con bronceado de lámpara, figura escultural y cintura envidiable. La única manera de no odiarla era pensar que vivía sola con un potus seco . Imaginar a esa Barbie perfecta con un Ken musculoso era demasiado para un solo día de gimnasia. Lo peor de este salón era que tenía un espejo enorme en la pared. Y en él llegué a ver que todo el recinto estaba ocupado por chicas que parecían no mayores de 16 años. Qué misterioso...¿ Por qué iban torturarse con gimnasia, teniendo un cuerpo como el que quería tener yo? Todas ponían un empeño colosal en estirar las piernas al máximo, aguantar los abdominales hasta ponerse moradas, y saltar hasta tragarse todo el oxígeno del lugar y no dejar nada para una madre agobiada como yo. A mi alrededor, todas se movóan con precisión dentro de sus shorcitos de lycra fluo. Yo hacía todo al revés y a destiempo con una camisa extra large y un pantalón de gimnasia desteñido. Con la “ Barbie Nazi” dándome órdenes, me sentí totalmente desubicada. Para colmo, cada vez que yo iba para la derecha, me chocaba a todas las que estaban volviendo. Hice un gesto de abandono y la profe me gritó : - ¡ Usted, la de la camisa amarilla, venga para aquí! Me sentí tres veces insultada: me llamó de “usted” en vez de “ tú”, mencionó mi camisa gigante que no tenía nada que ver con los tops y corpiñitos adherentes del resto de las chicas, y me puso al frente de todas para que se rieran de mi torpeza. La Barbie Gimnasia no me sacó los ojos de encima y no me animé a parar por miedo de que sacara un látigo y me pegara. Me consolé pensando que a una mujer tan autoritaria no hay hombre que la aguante. Desde ese día empecé a ir cada vez más salteado al gimnasio, siempre evitando el salón de la rubia. Nunca me sentí peor que después de esa clase: la cola me dolía tanto que no podía sentarme, me dolía la panza al reírme y no podía sacar nada de la alacena sin que me dolieran los brazos. Pero no tenía de qué reírme, y luego de haberme visto tan gorda en ese espejo gigante, perdí el hambre por una semana, así que tampoco tuve ánimo de abrir alacenas. Al final, decidí que aunque ese gimnasio me quedaba cerca, era demasiado feo para mi . No tenía aire acondicionado, música funcional, alfombra de pared a pared y luces dicroicas que tiene el gimnasio elegante, al que no puedo ir porque queda lejos. Todo parece indicar que las clases de gimnasia están diseñadas para dos grupos de mujeres bien definidos: chicas de 20, de las que no practican alpinismo porque no hay montañas en la ciudad, y abuelas de 80 a las que el doctor les dijo que se muevan un poco si no quieren morirse sin darse cuenta si permanecen más de una hora quietas en el mismo sitio. Y como la mayoría de las mujeres de 40 no tiene tiempo para ir al gimnasio – porque a esa hora deben llevar a los críos a la escuela, ir a la oficina o hacerse masajes con geles reductores- no hay clases de gimnasia para las de nuestra edad. Lo que es una suerte enorme, porque hacer gimnasia es algo espantoso. Dicen que hacer gimnasia es algo natural, pero yo jamás vi un perro haceidno gimnasia. Dicen que hay que escuchar al propio cuerpo. Yo siempre estoy en sintonía con el mío. Lo miro y le pregunto: “Cuerpito de mi vida, ¿qué te parece si hacemos una hora de gimnasia y una media hora de trotecito por el parque, para mantenernos en forma?”. Y mi cuerpo me responde: “¡Te llegas a mover de esta silla y te parto el corazón de un infarto! ¿Te quedó claro, cerebro de mosquito aeróbico?” Mi cuerpo será un flan por fuera...¡ pero por dentro tiene una determinación de acero! EL EJERCICIO NUESTRO DE CADA DÍA Todos los libros dedicados a las mujeres de 40 dicen que tenemos que hacer mucho ejercicio físico para fijar el calcio, aumentar las endorfinas, mantener el colesterol bajo y prevenir las afecciones cardíacas. Hasta leí que hay médico que usan una fórmula que dice que si la medida de contorno de cintura dividida la medida del contorno de caderas da como resultado una cifra mayor a 0,8, una está en serio riesgo de sufrir problemas cardíacos si no hace ejercicio en forma consistente. Hice el cálculo con mis medidas y mi cifra personal me da 79,8. Como no sufrí un infarto al enterarme, concluyo que toda esa fórmula es otra mentira. Nadie que recomiende ejercicios a una mujer de 40 puede tener idea de cómo es un día típico en la vida de una mujer de 40. El día empieza levantando a los chicos para que vayan a la escuela al mismo tiempo que hacemos el desayuno y nos preparamos para salir corriendo al trabajo, averiguar quién los lleva a inglés, natación y Tae Kwon Do después de la escuela. Hay que dejar el almuerzo listo y ordenar la casa, correr el tren y el colectivo para no llegar tarde, estresarse en el trabajo, volver a casa y pelearse con todos para que hagan la tarea, se bañen, cenen más o menos simultáneamente, y luego volver a enojarse para que se vayan a dormir a una hora decente. Para cuando llega nuestro marido a casa, el agotamiento es tal que lo que recibe el pobre hombre son migajas de mujer. Sin fuerzas ni para ponerse el camisón, prendemos la tele para ver cómo alguien hace algo por nosotras, aunque sea un mal actor intentando darle vida a un personaje deslucido en una pésima película de trasnoche. Para cuando nuestro pobre marido llega también agotado, todo el diálogo posible suele ser : - ¿Cómo te fue hoy ? - Bien , ¿ y a tí? - Bien... .¡ Ah! Lo olvidaba : La canilla del baño pierde. - Mañana la veo. - ZZZZZZzzzzz…. - ZZZZZZZZ Después nos quejamos de que falta diálogo y comunicación con nuestra pareja. ¿Pero en qué momento vamos a ponernos a intercambiar impresiones, si el momento del reencuentro cotidiano coincide con el del más puro agotamiento físico y mental? Los médicos te dicen: “Usted tiene 40 y tiene que hacer ejercicio.”. Nos dicen que si una hace ejercicio, se cansa menos. Nuestro aerobic es correr el colectivo. Nuestras pesas son las bolsas del supermercado y las mochilas de la escuela. Nuestra cinta son los pasillos de casa, llevando y trayendo cosas que quedaron desparramadas por todas partes. Nuestras flexiones cotidianas residen en levantar lo que todos los demás dejaron tirado por el piso. Si eso no nos mantiene el corazón sano, el peso bajo, los huesos densos y el colesterol bajo...¿ qué lo logrará? Cuando yo era chica los únicos que iban al gimnasio eran los que entrenaban para concursos de fisiculturismo y los que hacían rehabilitación después de sufrir un accidente. Ahora, si no vas a un gimnasio eres una abandonada, un símbolo de pereza . Pero hacer ejercicio no es para cualquiera. Al menos a mi no me resultó tan bueno para la salud. Si empiezas a correr, te arruinas las rodillas. Si empiezas a hacer tenis, te dislocas el hombro. Si haces natación, sufres otitis crónicas. Si haces pesas, te puedes contracturar. Si haces Tae Kwon Do, te puedes desgarrar. Si haces yoga, te puedes hiperventilar. Si haces gimnasia, te puedes morir de aburrimiento con eso de “ Repitan diez veces el ejercicio”. Y si en vez de hacer ejercicio, te quedas en casa chateando tranquila en Internet , sufres el síndrome del túnel carpiano, que es una cosa espantosa pero muy de moda , que te contractura la mano. Yo estoy esperando sufrirlo, así me impide abrir la puerta de la heladera para ver qué cosa rica puedo picar a media tarde. Dicen los médicos que para hacer ejercicio hay que tener regularidad y constancia. Eso de “ Bailé media hora, me puedo comer un pastel” , no va. Está comprobado que el 60% de los músculos y el 15% de la fuerza ganada haciendo ejercicio se pierde en una sola semana de sedentarismo, lo que equivale a un centímetro cúbico de masa muscular por día . Una se consuela pensando: “Bueno, lo que pierdo en un día de estar sentada lo recupero al día siguiente”. Pero no es así: dicen los médicos que siempre es más fácil perder músculo que recuperarlo.¡Al revés que la grasa, que se gana en minutos y cuesta años perder! ¿Quién diseñó el cuerpo humano? ¿ Un antepasado del sádico doctor Mengele? Llega un punto en que una desiste de lucir no ya como la Señorita Músculos , sino como algo más que un montón de ropa tapando flaccideces varias. Al fin y al cabo, los músculos son como hombres demasiado hermosos e infieles: algo que cuesta tanto ganar y nos abandona tan traicioneramente...¡no merece ni siquiera ser deseado!

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