lunes, 8 de septiembre de 2008

Capítulo 3 : " Y yo con estos pelos" - Víctima de los peluqueros

El ser total de una mujer es un secreto que debe ser guardado. Isak Dinesen (1957) VÍCTIMAS DE LOS PELUQUEROS Los pelos: una partecita tan chiquita del organismo humano, y sin embargo tan trascendente. Ningún animal le da tanta importancia a su pelambre como el ser humano...¿quizás por la escasez de pelo que tenemos? Considerando que el hombre tiene pelo sólo en una vigésima o trigésima parte de su cuerpo, lo suyo es una obsesión extrañísima y totalmente injustificada. Sólo tenemos muchos pelos en dos partes del cuerpo, y para colmo, los pelos de una de esas partes no se deben mostrar jamás. Así que nos queda sólo la mitad de nuestra pelambre para lucir, lo que es una verdadera lástima , porque hay mucha gente que conserva más pelos en el sector más oculto que en el más visible. A cierta edad, el estado de nuestros pelos nos desvela a las mujeres como pocas cosas en la vida. No sé sabe por qué , pero el pelo parece hacer un “clic” letal en un momento de su vida útil. Como diciendo: “Yo abandono y me retiro. No cuentes más conmigo”. Y no puedes contar más con ellos en la cabeza, porque todos los pelos con que puedes contar están en el lavabo y la bañera. Cada vez que te peinas, aparecen mas pelos en el cepillo que en la totalidad de tu cabeza. Cuando le preguntas qué pasa con tu pelo al médico, te dice : - Señora, es natural. Las mujeres pierden pelo con la lactancia. -¿Qué lactancia, doctor, si mi hijo acaba de cumplir 18 años? Entonces el médico – que, como todos los médicos, detesta decir “no lo sé” – arriesga que tal vez la caída del pelo se deba a nuestro estado de estrés, porque está comprobado que el estrés produce pérdida del pelo. ¿Pero cómo no sentir estrés si vemos que el desagote de la bañera se tapa todos los días con miles de pelos perdidos? Es un círculo vicioso: perder pelo nos pone los nervios de punta, lo que a su vez nos lleva a perder pelo. Entonces intentamos hacernos masajes capilares en cada minuto libre. Pero terminas hartándote de que los demás te ofrezcan aspirinas “para el dolor de cabeza” o te aconsejen productos pediculicidas. Y el pelo se te sigue cayendo. Vuelves a preguntarle al médico, y te responde (¡ otra vez!): - ¿ Qué quiere? ¡ Es la edad! Leí en un artículo que todas las mujeres normalmente pierden unos 50 pelos por día. Eso me obsesionó aún más con el tema: me levantaba media hora antes todos los días para contar a los caídos en ese campo de batalla llamado “lavabo”: “¡¡¡....58, 59, 60!!!” ¡ Yo no era una mujer normal, sino un caso de calvicie progresiva! ¿Cuántos pelos me habían quedado en su lugar? ¿Veinte pelos? Más tarde me enteré de que por cada pelo caído nace uno nuevo. Comprobé que eso se cumplía rigurosamente: Después de cumplir 40, por cada pelo caído nace un pelo nuevo...¡ pero totalmente blanco! Me consuelo recordando que la primer cana me la descubrí exactamente el día en que cumplí 27 años. Tuve esa sola y única cana en la cabeza durante más de una década. Y de pronto, de un día para otro, me aparecieron canas nuevas todos los días. De a docenas. Entonces empecé a arrancarme cada cana que veía aparecer. Lo que no sabía es que cada cana arrancada se repone con un pelito retorcido y pajoso, aún más blanco que la cana que eliminamos. Y hasta me dijeron que por cada cana arrancada te salen diez canas nuevas, cosa totalmente falsa porque yo cada vez tenía menos pelo. Si la teoría fuera cierta, mi aspecto actual debería ser como el de un perro pastor inglés. Entonces llega el momento de la vida que, entre los pelos que se nos caen y las canas que nos arrancamos, terminamos más peladas que un gato sarnoso. No me hablen de cremas de enjuague, ampollas vitamínicas, baños de crema, baños de aceite caliente o tratamientos capilares que prometen resultados contrastantes entre el antes y el después. Es cierto que hay un gran contraste : después de cada tratamiento quedé con mucho menos dinero que antes. Y más vale que no te contagies piojos de tus hijos, porque los mismos piojicidas que a ellos les dejan el pelo reluciente, a las madres nos dejan el pelo con la misma vitalidad y brillo de la estopa. Pero las mujeres batallamos hasta el último respiro por tener un poco de pelo digno. Así que una vez que nos cansamos de vernos tantas canas vamos a la peluquería y pedimos que nos tiñan el pelo. La peluquería es ese lugar adonde una siempre añora entrar, y de donde una siempre sale llorando arrepentida por haber entrado. Allí los peluqueros generalmente nos maltratan y las peluqueras nos dedican con una hipocresía parecida a la de un gobernador de provincia. Es lógico que ellos nos odien: la mayoría son gays, y hubieran querido nacer mujeres. Los que no son gays, hubieran querido ser Ricky Martin, y ahí están, barriendo canas. Se comprende que un ídolo pop frustrado nos trate mal. ¿ Pero ellas, por qué nos odian? ¿Acaso querían ser pintoras artísticas y no de pelos ajenos? ¿ Por qué se la toman con una? Generalmente te saben atender más o menos bien si es la primera vez que vas esa peluquería. Pero la segunda vez que vas al mismo lugar te hacen todo mal, y lo contrario de lo que les pediste la primera vez,y encima te discuten a muerte que la culpa es tuya porque no fuiste clara con el pedido. Ahora bien: si la primera vez supieron qué querías que te hicieran en la cabeza sin que les dijeras una palabra, ¿por qué la segunda vez, el mismo peluquero no adivina nuevamente lo que quieres que te hagan? La peluquería se parece mucho a lo que habrán sido las mazmorras medievales: instrumentos de torturas varios pueblan las mesadas frente a espejos iluminados por tubos fluorescentes que tienen la propiedad de hacer que nos veamos la cara verde rodeada por una corona de pedazos de papel de aluminio o de mínimos mechones de pelo que te extraen con un gancho a través de una gorra de goma, haciéndote llorar del dolor. En la peluquería tu condición de mujer se degrada para convertirte en una especie de marioneta que mandan sentar de aquí para allá. Luego te mandan a lavarte el pelo en una especie de palangana cuyo filoso borde plástico se te incrusta en la nuca y te hace temer por la integridad de tu médula espinal. Yo siempre me fijo si tienen un sello de fábrica que diga “ Sade Hermanos: Instrumental doloroso para coiffeurs”. Cuando entras, te preguntan: “ ¿Con quién te atiendes: Natasha , Susy o Esther?”. Una se queda con la duda: ¿Quién será la menos mala?. Yo generalmente opto por la que está más ocupada, que es la que más clientas conformes dejó, aunque eso me lleve dos horas de espera escuchando una radio FM a todo volumen. En segundo lugar, si todas están libres, opto por Esther: ninguna chica inexperta de 20 años se llama así, así que seguramente Esther tiene más experiencia que alguien llamada Natasha. En tercer lugar, opto por la que tiene el color de pelo más espantoso. Usualmente, la mejor colorista es la que peor color de pelo tiene, porque ella le hacen el color a todas las demás, mientras que todas las demás se lo hacen a ella . Después te llevan de un sillón a otro, a leer revistas destruidas de hace diez años, todo bajo órdenes marciales: “¡Baja la cabeza! ¡Sujétate la gorra!” e interrogatorios: “¿Cuánto hace que no venías por aquí? ¿Dónde te hicieron este desastre? ¿Por qué te dejaste estar y no te cuidaste el pelo? ¿Te vas a peinar? ¿Ya te enjuagaste?”. En cada lavado, te preguntan si no quieres que te apliquen una maravillosa ampolla de abdomen de iguana moteada de Singapur que te deja el pelo con un brillo natural maravilloso. No te dicen el precio, pero si dices que sí, te encuentras con que la cuenta de los servicios aumentó un 50% por la bendita ampolla milagrosa. Así que una, con los años, aprende a decir que “no”. Por ende , suele ser castigada con tironeos de pelo en medio de chorros de agua ardiente seguidos de chorros de agua helada, además de retos por levantar la cabeza para paliar el dolorque te produce el borde de la tina incrustado en la nuca. Pero en medio de ese atroz castigo, una no para de pensar lo siguiente : si sólo la ampolla de placenta de iguana nos iba a dar un brillo natural, ¿ eso significa que por negarnos a su aplicación nos quedará el pelo opaco y sin cuerpo? Juntamos coraje para formular esa pregunta en voz alta, y la chica que nos está arrancando más pelos fingiendo que nos enjuaga la cabeza nos responde : “ Y... Sin la ampolla de iguana, el pelo nunca queda tan brilloso...” Para colmo, nada que te hagas en la peluquería demora menos de tres horas. Y encima, si le dejas propina, te vas con bronca de haber premiado el maltrato. Y si no les dejas propina, te sientes culpable porque sabes que allá adentro viven de las propinas. No hay salida digna.

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