lunes, 8 de septiembre de 2008

La etapa del disfrute sexual

Las mujeres siempre nos pasamos la vida buscando sostener con los hombres eso que algunas llaman “química” y otras llaman “ tener piel”. A los 40 nos conformamos con uno que tenga piel su propia piel, aunque con él tengamos tanta química como el agua y el aceite. Pero, después de todo, no hay agua y aceite que una buena batida no logre unir por un ratito. Otra cosa que sucede a los 40 es que pasamos de la etapa del “ Se mira y no se toca” a la del “Se toca y no se mira”. Una mujer de 40 que festejaba su vigésimo aniversario de casados le preguntó a su marido: - ¿ Qué es lo que pensaste apenas me has visto por primera vez? - Cuando te vi por primera vez quise dejarte las tetas colgando de tanto besarlas.... - ¿ Y ahora qué piensas de mí? - ¿ La verdad? ¡Creo que hice un buen trabajo! Tengamos el cuerpo que tengamos, el deseo sexual no se aplaca, sino que se doma. Cuando antes lo derrochábamos sin ton ni son, ahora lo dosificamos como si fuera un licor precioso. Ya sabemos mucho de nosotras mismas y de nuestros cuerpos, como para que queramos seguir descubriendo cosas. Esta es la etapa del placer exquisito, no del sacudón apurado: el sexo se hace bien o no se hace. Una amiga me contaba que el otro día estaban reunidas sus amigas cincuentonas mirando una película de video. Cuando llegó la parte erótica, una dijo: “¡ Ay, qué asco!” . Y todas saltaron exclamando horrorizadas: “¿ Cómo “qué asco?”¡Mira que cuando te agarra el asco es síntoma de vejez total!” Pero esto no es totalmente cierto: en el gran menú del sexo, si podemos pedir salmón ahumado, no nos vamos a conformar con mortadela. A los 40 ya estamos a salvo de las galopantes hormonales juveniles y de los impuberes quinceañeros. No porque dejemos de sentirlos, sino porque somos más selectivas. Llega una edad en que cuando nuestro marido nos pregunta: - Gordi...¿Qué pasó con nuestras relaciones sexuales? Terminamos respondiendo: - No sé, bichi... ¿Por qué no las invitamos? Porque él quiere mortadela y una quiere salmón ahumado. Conclusión : hoy no se cena. Mucha gente llega al sexo, cuando en realidad lo que querían era una palmadita en la espalda o la caricia en la cabeza. Mucho más fuerte que el deseo sexual es el deseo de contacto físico, de que nos toquen y poder tocar, de que nos abracen y de poder abrazar. Una ya empieza a cansarse de los hombres que se acercan a una haciendo como que nos van a dar un masaje cariñoso en el cuello, para después deslizarnos las manos por las nalgas o el escote... ¡ Alta traición! Las mujeres necesitan una buena razón para hacer el amor. Los hombres sólo necesitan un buen lugar. Las mujeres llegamos al sexo como la culminación de todo lo demás. Para los hombres el sexo es sólo un comienzo. ¿Cómo nos vamos a poner de acuerdo? Ellos creen que somos una especie de robots automáticos: “Si le aprieto una teta, se le abren las piernas.”¿ Cómo se le hace entender que el deseo sexual femenino no funciona así, no digamos a un recién conocido, sino a un hombre con el que llevas quince años de convivencia? Esa pata que le falta al cromosoma masculino XY es el que lleva, entre otras cosas, la capacidad de detectar cómo calentar a una mujer. Una mujer, tenga la edad que tenga, se puede calentar por cualquier cosa: un buen perfume, una mirada intensa, una manera de encender un cigarrillo, una voz grave, un jean limpio, una manera de sonreír, un rollo de papel sanitario que él repuso en el baño... Pero el tema es que la mayoría de las mujeres de 40 no le hacemos caso ni a nuestro pulso acelerado, ni a nuestros sonrojos, ni a nuestras palpitaciones cardíacas, porque sabemos que todo eso es instinto puro. Las de 40 ya sabemos que la mayoría de las calenturas no se merecen al hombre que las provoca. Y damos lo mejor de nosotras mismas sólo a alguien que valga la pena- un hombre leal, constante y sexy-, no a un papanatas que sólo quiere un revolcón olvidable. Por suerte , no hay problema sexual que no se cure a los 40. Porque a los 40 una ya no espera: pide. Ya no finge más un orgasmo: lo tiene o no lo tiene. Ya no espera que él tenga ganas: si ella las tiene, se da el gusto. Ya no perdemos tiempo con hombres que no sepan hacer el amor. Tampoco intentamos explicarles nada que no sepan... ¡ con tantos hombres que han sido excelentes alumnos de damas que los han entrenado para cuando se encuentren con una! ¿ Por qué perder tiempo con principiantes? A los 40 una ya está avivada. Las diferencias en el sexo femenino varían de acuerdo a nuestra edad. A los 8 años, te llevan a la cama y te cuentan un cuento. A los 18 años, te cuentan un cuento y te llevan a la cama. A los 28 años, no necesitan contarte ningún cuento y te llevan a la cama. A los 38 años, le cuentas un cuento a él y te lo llevas a la cama. A los 48 años, él te cuenta un cuento para evitar ir a la cama. A los 58 años, le dices a él: "En la cama eres puro cuento..." A los 68 años, ya no quieres saber nada ni de cuentos ni de camas. A los 88 años, estás en la cama...pero no recuerdas de cómo era el cuento. Estamos en plena etapa de ir a la cama con cualquier cuento.... ¡ Así que a disfrutarlo! Además tenemos una ventaja: la parte del cuerpo que más placer nos da jamás se arruga. De aquí en más, tenemos un largo camino de disfrute por delante. El novelista Rodolfo Rabanal cuenta algo muy lindo de las mujeres mayores en su libro “ En otra parte”: “ Hay en las mujeres mayores-me refiero a las señoras que dejaron atrás hace tiempo los cuarenta- el soplo inequívoco de un remozamiento glandular enigmático, como si dijéramos “ lo peor pasó y ahora verdaderamente viene lo bueno”. Podría compararlas con el aire promiscuo y majestuoso de un ocaso de verano. Están calientes y un poco fatigadas, como la tierra después de un ajetreado anochecer, y la dulzura que les fluye de adentro sabe a tranquila riqueza. Muchas tienen el íntimo encanto de una esponja muy usada, y se mueven por el mundo con la alicorada soberanía de las abejas reinas, y luego.- para terminar – esos misteriosos destellos de la marchitación, esas bruscas reapariciones de la juventud después de una copa de vino. Para no hablar de la pericia, del pudor natural y de la desbocada sabiduría. Y diré más: me gusta olerlas. Ellas, como las muy jóvenes, son como un delito”.

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