lunes, 8 de septiembre de 2008
Cuando tu jefa podría ser tu hija
De una manera o de la otra, en esta etapa nos sucede algo a lo que cuesta acostumbrarse: y es que abundan los jovencitos por todas partes, haciéndose cargo de tareas que antes estaban encomendadas a gente adulta.
¿ Qué pasó de golpe? ¿ Cambiaron las reglas del juego laboral? ¿Bajaron la edad mínima de admisión a todos los cargos laborales? ¿ Un millón de madres, hartas de ver a sus hijitos paralizados en casa mirando dibujitos animados, decidieron conseguirles un empleo para que no se coman todas las galletitas de chocolate?
Nada de eso: tú creciste, y ya no eres la más chiquita de la oficina.
La fuerza laboral se renueva y los más chiquitos de la empresa, ahora son otros, que se ven tan jóvenes que hasta te dan ganas de agacharte a atarte los cordones sueltos de las zapatillas.
A mí me sigue dando impresión eso de ver que en una oficina donde se supone que tengo que dejar mi currículo me atienda un chico al que todavía ni le crece la barba. Y eso de ir cobrar en una ventanilla donde atiende una púber con acné me da escalofríos. Y me pone muy nerviosa ver chiquitos que parecen salidos de la escuela manejando camionetas 4x4 que triplican el peso y la velocidad de mi autito.
¿De dónde salió toda esta invasión juvenil que arrasa con todos los puestos de trabajo?
Lo que pasó fue que mientras una estuvo pariendo hijos y cambiando pañales, los hijos de otras mujeres, que fueron madres antes que tú, crecieron tanto como para animarse a sacar licencia de conductor y conducir gerencias.
Eso de ver que las nuevas generaciones van ganando terreno es algo que descoloca un poco. Parece que fue ayer cuando una, en su primer empleo, atendía el teléfono, cambiaba los rollos de papel higiénico, iba al correo y preparaba el café. Todos nos trataban con una mezcla de complacencia, cortesía burlona y protección paternalista mientras hacían la vista gorda en nuestras torpezas cotidianas: olvidar comprar azúcar, dejar la cafetera eléctrica encendida con la jarra vacía encima, perder un teléfono importante u olvidar recordarle una cita al jefe.
En esa época nos preocupaba que nos respeten y nos tomen en serio de una vez por todas. Eran tiempos en que una, pensando en ascensos, buscaba demostrar que era capaz de trabajar tiempo extra. Eran días en que nos alegrábamos de que nos trataran de “ usted” y que no se les escapara ese odioso “ la niña aquí presente le dará mi tarjeta”, o que se refieran ante terceros con eso de “ la pequeña se olvidó de decírmelo”. Y de golpe, de vuelta al trabajo a los 40, pasamos de ser la “chiquita”, la menor de toda a empresa... ¡ a ser la más vieja de la oficina!
¿Qué pasó? ¿Qué etapa nos perdimos? Una amiga que no se fue nunca de su trabajo me dice: “ No te perdiste nada, soy yo la que me perdí ver crecer a mis hijos. Lo único que pasó fue que todas las chicas de la oficina se fueron casando, embarazando y dejando el empleo, y fueron reemplazadas por estudiantes que terminan siendo tu propio jefe.”
Otra amiga me confesó que le resultó terrible la situación de pasar de ser la jefa, a ser la subalterna de una muchachita veinte años menores, que a cada paso le preguntaba cómo hacer las cosas porque no tenía idea de por dónde había que empezar.
La situación fue humillante, porque si ella no le decía nada, quedaba mal con su propia “ jefita” y se podía ligar una sanción. Y cuando le explicaba cómo era la mejor manera de resolver situaciones, tampoco ganaba nada, porque los méritos se los llevaba la púber. Mi amiga descubrió que así como las que entramos a trabajar en una época sólo queríamos un modo de sustento, las nuevas generaciones vienen con un fuerte componente competitivo que nosotras desconocíamos. Las chicas de ahora no quieren ganarse el pan y listo. ¡Quieren llegar lo más alto que puedan en sus carreras, y si es necesario cortarán cabezas y serrucharán pisos por el camino!
Una jefa joven y muy competente es lo peor que le puede pasar a una empleada que ya no es una jovencita, y que está contando cuántos años le faltan para jubilarse.
¿Cómo se va a quedar conversando en el pasillo de la salud de sus hijos si su jefa no se despega del escritorio en todo el día?
Pero esto no es lo peor que te puede pasar en la vida laboral.
Lo peor de todos, justamente, es ser la jefa.
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