lunes, 8 de septiembre de 2008

Capitulo 1 : Los 40 son la etapa de la libertad

Capítulo1 : La edad de la libertad De sueños, deseos, complejos, culpas, balances y libertades ¿Cómo se sabe si la fruta está madura? Simplemente porque abandona la rama. André Gide (1903) Un número fuerte Un día estaba esperando a mi sobrino a la salida del colegio y escuché el siguiente diálogo entre dos alumnas de quince años: —¿Qué te pareció la nueva profesor de Matemáticas? —¡Uf! ¡Es una vieja de 40! Casi me muero. Yo estaba por cumplir 34 y no me sentía para nada mayor, y mucho menos una vieja. ¿Cómo podían hablar así esas chicas, decretando que los 40 es el principio de la ancianidad? Sin embargo, recordé que cuando yo era chica y pensaba cómo sería a vivir en el año 2000, imaginaba que en ese año estaría en la decrepitud total del final de mi vida: tendría 40. Ahora que llegué al 2000 sin el overoll plateado termoregulado y autolimpiante que nos prometían los futurólogos estilo «2001, odisea en el espacio», y sabiendo que no podemos viajar con cinturones antigravitatorios a cosechar en la huerta comunal las lechugas hidropónicas que los optimistas auguraban para el siglo XXI, me consuela saber que las mujeres de 40 ni estamos en plena decrepitud ni somos ancianas. Entonces, ¿qué somos? La Organización Mundial de la Salud dictaminó que la adolescencia dura hasta los 25 años. Algunos la prolongan hasta los 35. O sea que si la adolescencia se extiende, las de 40 somos más jóvenes de los que pensábamos. Andy Warhol opinaba que “ya que la gente va a vivir más y a ser anciana más tiempo, basta con que aprenda a ser bebé por más tiempo”. Algunos jóvenes que conozco siguen siendo bebés por más tiempo, lo que nos permitiría a las cuarentonas ser unas jovencitas por todo el tiempo que queramos. ¿O acaso hay algún hombre de 40 que no se piense a sí mismo como un “chaval”? Las mujeres de 40 no nos sentimos tan viejas como nos juzgan las chicas de la secundaria, ni llegamos aún a la crisis de la mediana edad, que empieza a partir de los 50, si una quiere ser centenaria. Las de 40 estamos en plena transición. Ya no somos nenas, pero tampoco somos ancianas.. A los 10 años soñábamos con cambiar el mundo, pero el tiempo nos enseñó que lo más probable es que el mundo la cambie a una. A los 20, lo que más nos preocupaba era divertirnos, tener amigos y que se nos fuera el acné. Los 30 era la etapa de las realizaciones, cuando queríamos hacer pronto todo lo que teníamos pendiente: terminar los estudios, casarnos, tener un hijo, plancharnos el pelo... En ese orden, o en cualquier otro. A esa edad queríamos dejarnos de tonterías y convertirnos en lo que queríamos llegar a ser: esposas, madres o fonoaudiólogas. Los 50 es la edad que no se puede disimular, así que más vale asumirla con alegría. Una de 30 puede vestirse como una de 20. Una de 40, bien producida, puede mentir la edad. Pero, una de 50, sin cirujano plástico, no puede ocultar su edad ni con tres capas de maquillaje, peluca rubia y máscara de Cameron Díaz. Los 50 son, por eso, una edad relajada en la que se suma experiencia y calma: la experiencia de saber que la carrera contra el tiempo ya está perdida y la calma necesaria para asumirlo. Pero, ¿qué pasa con la etapa intermedia de los 40? Los 40 es una etapa tan llena de vicisitudes extrañas, que nadie se anima a hablar de ella. Por eso, los 40 asustan. Además, el número 40 siempre se usó para indicar “gran cantidad”: —En el teatro me dijeron que quedaban más entradas, y yo vi que tenía como cuarenta. —No digas que no has comido nada, porque en la lata faltan como cuarenta galletas. —Este gobierno parece Alí Babá y los 40 ladrones. —Esperé cuarenta minutos y no vino nadie. —Hoy hizo cuarenta grados de sensación térmica. —El primer premio es cuarenta kilos de chocolate. —Me regaló un anillo de diamantes de cuarenta kilates. —¡A Pablito le saqué cuarenta piojos de la cabeza! _ No se preocupe señora, le entregamos la heladera en 40 dias . - ¡He extraviado 40 euros! —Ya estoy harta: ¡le voy a cantar las cuarenta! ¿Cuarenta será mucho? Las Sagradas Escrituras están llenas de “cuarentas” que simbolizan “ muchísimo tiempo”. La Cuaresma son los 40 días de ayuno y penitencia que preceden con la Pascua. Moisés estuvo en el desierto 40 días y 40 noches. El profeta Elías fue alimentado por cuervos durante 40 jornadas. Noé soportó 40 días de diluvio y pasaron otros 40 días antes de que se animara a abrir el Arca. Jesús ayunó 40 días y se le apareció a sus discípulos 40 días después de la Resurrección. En el antiguo derecho inglés, un reo tenía 40 días para compensar su crimen, y una viuda debía permanecer 40 días sin salir de la casa del difunto. Durante el feudalismo, los siervos debían pagar al señor 40 monedas de tributo a menos que construyeran su propia casa en 40 días. Los italianos tienen un enorme prejuicio con esta edad. Todos los números delante del “cuaranta” terminan con “ente” o “enta”( “vente”, “trenta”), pero a partir del 40, todas las otras cifras terminan con “anta”. Por eso, en italiano, “Estoy viejo” se dice: “Ya entré en los años anta”. Hace apenas trescientos años, cuando no había ni rudimentos de medicina moderna, el promedio de vida de las mujeres era de 35 años. Sobre esa base podemos considerar que 40 es mucho tiempo. Antes de esa edad las mujeres morían de parto, por una carie o un resfrío. Aún hoy, en muchas partes de Africa, Asia y América, las mujeres de 30 parecen ancianas y a los 18 se quedan sin dientes. Una chimpancé que crece en un zoológico con todos los cuidados de un veterinario y un cuerpo de cuidadores expertos, a los 40 años es un animal anciano y decrépito. ¿No será que los 40 nos parece mucho porque en alguna parte primitiva del cerebro sabemos que nuestros ancestros sabían que llegando esa edad habían vivido lo suficiente? A esta edad una se sabe amortizada, porque superó el momento de mayor riesgo. Todo el tiempo que siga después de los 40 indica que somos resistentes, saludables, una especie de Highlander femenino: podemos quedarnos tranquilas de que seguiremos viviendo unas cuantas décadas más. Los 40 son la franja etaria más versátil y ambigua. Es como una segunda adolescencia: no somos nenas, pero tampoco somos tan mayores. ¿Es la edad indefinida? De los 20 a los 30, las mujeres entran en un rango amplio de juventud perenne. Todas ellas pueden mentir la edad y llenar las discotecas y conciertos de rock en una sociedad donde ser joven es un atributo tan involuntario como sobre valuado. Hay montones de libros sobre mujeres de 30 y de 50 que hablan de la menopausia y los nietos que nos miran. El mercado editorial está plagado de revistas femeninas cuyo target oficial son las mujeres de 18 a 27. Algunas publicaciones, más hogareñas y gastronómicas, apuntan a las mujeres entre 25 y 35. ¿Y para las de 40, qué? Para las de 40 no hay revistas, ni libros, ni sitios en Internet, ni programas de televisión, ni lugares donde ir a comprar la ropa, ni gimnasios adecuados. Antes de embarcarme en la escritura de este libro rastreé bibliotecas y librerías por doquier para ver qué se había escrito sobre el tema y navegué en Internet noches enteras hasta sorprenderme con el canto de los pajaritos al amanecer. Todo fue inútil. En algún lugar donde perdí la tarde entera buscando bibliografía, un empleado granujiento me bajó, del último estante pegado al techo, dos libros de medicina para mujeres: «La salud de la mujer después de los 40» y «Lo que hay que saber sobre la menopausia». Eran terroríficas versiones sobre la decadencia acelerada en el que entran las mujeres al estrenar la edad del “Cuatro- Cero”. Lo mismo me sucedió buscando material en Internet, ya que dicen que en Internet se encuentra todo... Cuando escribí en el buscador “Mujeres de 40” o “ Women & 40 years old”, se me llenó la pantalla de sitios pornográficos dedicados a “Abuelas sexies” y “Viejitas, pero calientes”. No sé quiénes serán los usuarios que suspiren al ver suegras mostrando portaligas rojos, o ancianas luciendo tetas caídas... ¿Ginecólogos jubilados, tal vez? El resto de los sitios hablaban de la salud después de los cuarenta, como si las mujeres del mundo entero vivieran perfectamente saludables hasta esa edad, y a partir de ahí, tuvieran los minutos de vida contados. Los vaticinios médicos son horrendos: Después de los 40 años, las mujeres sufren dos problemas: a ) cáncer b) sequedad vaginal ¡Qué bonitas perspectivas! ¿Qué hacemos? ¿Nos dedicamos conseguir vacante en un convento de clausura para envejecer en plena abstinencia sexual? Además, ¿a quién le importa la lubricación sexual cuando padece cáncer? Más aún, ¿Por qué insisten en aterrorizarnos cuando nos sentimos mejor que nunca? Los sumarios sobre temas de salud en mujeres de 40 años eran tan delirantes que usé el traductor automático y los copié: www.ancianas.com SALUD EN MUJERES SOBRE 40 ANOS: No digas a nadie que eres demasiado vieja. Selenio es bueno en cáncer situaciones. Tu personalidad es más importante que tu miras. Ten un sueño y persíguelo interminablemente. Sé orgullosa de tu enorme edad. Sé feliz de estar en la sociedad agrisada En la sección “Mujer” de página web encontré noticias como “ El climaterio trae Parkinson”, “Las madres que tienen hijos después de los 35 ponen en riesgo la vida del bebé”, “Los isoflavones combaten los múltiples efectos menopáusicos causados por la merma en la producción de estrógenos después de los 40 años”, “Los estrógenos endógenos son un factor de riesgo de cáncer de mama”. En todas partes nos recuerdan que nuestra esencia de la femineidad —nuestra hormona característica, los estrógenos— nos mata por su presencia... o por su ausencia. Parece que ser mujer no sólo es muy peligroso, sino que cumplir 40 es el principio del fin. Dicen que las mujeres mayores de 40 tienen más posibilidades de morir de un infarto, de cáncer o de un derrame cerebral que las de menos de 40. Puede ser... Pero hay que recordar que las mujeres mayores de 40 tienen menos posibilidades de morir en un accidente de moto o en una pelea entre skinheads en un concierto de rock. Y, definitivamente, ya superamos la peligrosa edad de perder la vida en un crimen pasional. Lo comprobé cuando por primera vez me pasó que al dejar de hablar por teléfono mi marido me preguntó: —¿Con quién hablabas? —Con un amigo íntimo que no conoces. —Ah. ¿Y, cuándo comemos? Sabiendo que todas las fuentes consultadas mentían descaradamente, tiré los libros y la computadora al diablo y empecé a tomar testimonios de mujeres cuarentonas. Me encontré con una historia bien distinta que esa que nos cuenta los medios de comunicación: todas ellas afirman que no se cambiarían por una de 20 o 30 años, ni por todo el oro del mundo. Bueno, a decir verdad, unas cuantas me dijeron: “Quisiera tener 20 con todo lo que sé ahora”. Pero, como el trato era: “¿Preferirías volver a tener 20, en lugar de estar viviendo esta etapa?”, luego de asegurarse que la propuesta no contemplaba transplante de cerebro de 40 en cuerpo veinteañero, todas respondieron un unánime: “¡NI LOCA!” . Este libro se propone hacer un recuento de las cosas que marcan los 40 como una etapa única e imperdible en la vida de una mujer. Entonces, ¿por qué los 40 tienen tan mala prensa? ¿Qué siniestro complot mediático nos quiere hacer creer que a los 40 estamos en peligro, que somos frágiles o que se terminó lo mejor de la vida, si la verdad es justamente lo contrario? Aquí hay gato encerrado. Los hombres y las mujeres cumplimos años de diferente manera Los chinos suelen decir: “Disfruta la vida: queda menos tiempo del que imaginas”. En vez de disfrutar a pleno los años previos a la cincuentena, las de 40 se ven en un brete a la hora de decir la edad. ¿Cómo confesar 40 cuando nos parece que fue ayer que terminamos la secundaria, y que la década de los 30 nos pasó con la velocidad de un estornudo, combinando nuestro empleo con pañales, biberones y cuadernos escolares? Dicen que cuesta diez años acostumbrarse a la edad que uno tiene. En mi caso, mi subconsciente se niega a registrar los años que cumplo, y quedo como una coqueta mentirosa sacándome años en cada consultorio médico, donde se repiten estos diálogos surrealistas: —¿Edad? —dice el médico. —39. —Ejem... Aquí veo su ficha... ¿No tenía 39 el año pasado? —Perdón, doctor... ¡Entonces debo tener 40!—, digo, verificando mi fecha de nacimiento en la cédula de identidad. Los doctores se vuelven locos viendo radiografías que no saben si son las nuevas o las viejas, y me pego unos sustos tremendos cuando dicen, al compararlas, que mi salud empeoró cuando, en realidad, mejoró. ¿Cabe alguna duda sobre la preocupación de las mujeres con la cronología? Si le preguntas la edad a cualquier mujer, y sea cual fuera su edad, le dices: “¡Qué increíble, te daba menos edad! ¡Pareces mucho menor!”, todas, absolutamente todas (hasta la ancianita en silla de ruedas y con apenas tres cabellos matizados de azul), se derriten con una sonrisa de oreja a oreja, felices de que les des 96 en vez de los 98 que tienen. ¿Por qué las mujeres tenemos ese susto ante el paso del tiempo? Está claro que todos quisiéramos ser inmortales. Pero las mujeres no se conforman con eso: tampoco quieren ser viejas. ¿ Porqué los hombres no reniegan de panzas y arrugas (bueno no hablo de modelos y actores) y las mujeres se aterran con los cambios que denotan el paso del tiempo? Simplemente, por un asunto de biología. Sabemos que los hombres las prefieren jóvenes porque, de acuerdo al instinto sexual masculino, una mujer es apetecible según el grado de fertilidad que denote. La juventud es un sinónimo de fertilidad, que a su vez equivale a longevidad y salud. En el fondo, los machos humanos —como cualquier macho de la naturaleza— tienen el mandato instintivo de diseminar sus genes lo más pronto y con la mayor efectividad posible. Eso les pasa a los delfines, a los escarabajos, a los salmones, a los chimpancés y a los señores con bigotes y corbata. De ningún modo esto les da permiso para tener sexo con cuanta mujer atractiva se les cruce, porque correrían el riesgo de quedarse durmiendo en el felpudo y perder la tenencia de sus hijos y, lo que es peor, de su auto. Pero se sabe que en lo más profundo de sus corazones ellos estarían chochos si pudieran tener 60 hijos de 30 mujeres distintas, como hicieron algunos sultanes del imperio otomano. No por los hijos, claro, sino por las 60 variadas encamadas previas. Si quieren, los hombres pueden tener hijos hasta los 70 u 80 años, como hicieron Yves Montand y Anthony Quinn. En cambio, las mujeres tenemos los óvulos contados y la etapa reproductiva limitada. Y eso, lo queramos o no, nos condiciona la vida y las decisiones a tomar. Con lo que nos encantan los bebés y teniendo el instinto maternal dominando por encima de los instintos de conservación, hambre, defensa y sueño, las mujeres no podemos darnos el lujo ni de tener todos los hijos que quisiéramos, ni de esperar durante años el momento adecuado para tenerlos. Porque el momento adecuado puede no llegar a tiempo. O puede ser que cuando estemos decididas ¡zac!, se nos termina el tiempo antes de lo que imaginábamos. Eso, en el fondo, lo sabemos todas. Ese reloj biológico nos resuena en la cabeza con un terrorífico tic tac que nos obliga a planear la descendencia antes de que deje de funcionar la maquinaria engendradora de hijos. Aunque los avances de la ciencia nos trajeron la posibilidad de congelar óvulos o embriones, o de parir hijos casi a los 50, no logramos salir de este brete. ¿Y si a los 45 no encontraste el amor de tu vida, con quién vas a tener un hijo? ¿Y si tu hijo congelado se macera con tanto hielo y sale todo arrugado? ¿Y si en lugar de descongelar a tu embrión, lo descongelan a Walt Disney y le tienes que dar la teta a un señor de bigote entrecano, que dibuja muy bien pero tiene el mismo aspecto de un pavo de 85 kilos descongelado? ¿Cuántos años se puede andar buscando al “hombre correcto” antes de que un médico te diga: “Va a tener que pensar en la donación de óvulos, porque los suyos ya están a la miseria”? ¿Cuánto tiempo se puede postergar un hijo si antes quieres ser campeona olímpica de salto con garrocha? No somos eternamente reproductivas como las cocker spaniel, que pueden tener cachorros poco antes de morir de viejas. ¿Hemos de envidiar por eso las cocker spaniels? No, porque, en primer lugar, es una clase de animal que ya de cachorro tiene cara de vieja triste. En segundo lugar, yo no querría darle la teta a un cachorro con afilados caninos. Para tener un hijo que me ladre, ya tengo a los míos. Y en tercer lugar, no, porque la naturaleza nos hizo así a sabiendas de que un bebé humano necesita años de dedicación absoluta antes de ser independiente, y que una madre anciana probablemente no podría correr a evitar que el bebé meta los dedos en el enchufe. Además, la naturaleza sabe que una mujer que sigue enterneciéndose con los bebés —aunque ya no puede tener los propios— es muy útil como abuela, para ayudar al desarrollo de los hijos de sus hijos, para quejarse de que no aprendan a masticar con la boca cerrada y para ofenderse porque ningún nieto quiera saludarlas con un beso. Los hombres no tienen este dilema. Arrugas más, pelos menos, los hombres de más de 40 siguen siempre igual. Igual de destruidos, hasta la muerte. Después de los 60, a su aspecto general le suelen agregar sólo dos cosas más: una panza prominente y un par de anteojos gruesos. Los hombres tienen canas y no las disimulan. Andan por la vida con el pelo del pecho, de la barba, de la cabeza y de los brazos totalmente blancos y nadie los critica por ser “dejados” o por no “ cuidar su aspecto”, como se le suele decir a las mujeres que optan por lucir sus canas al natural. En cómo se evidencia el paso del tiempo en cada sexo hay una injusticia de base. Las mismas canas que a las mujeres nos convierten en viejas achacosas, a los hombres les dan un aire distinguido. Mientras las mujeres tratan de atenuar infructuosamente las arrugas con cremas humectantes con colágeno suizo muy costosas o inventos mentirosos como ampollas de placenta de tortuga ( que, como buen ovíparo, no tiene placenta), a los hombres les dicen que las patas de gallo les dan una mirada interesante. Las panzas salientes que a la mujer le dan aspecto de descuidada, en los hombres inspiran respeto. ¡Será por la cantidad de comida que puede pagar en estos tiempos de miseria! En los hombres, las canas y las arrugas denotan experiencia. Pero a nadie le importa que las canas y las arrugas denoten que una mujer tenga experiencia, porque, ¿quién quiere que una mujer tenga experiencia? Lo que una mujer debe tener no es experiencia, sino labios gruesos, busto erguido y piel lozana, para que los hombres se animen a perderle el respeto, cosa de que intenten reproducirse con ella. Esta es la diferencia biológica insalvable entre hombres y mujeres. Ellos pueden postergar la paternidad, y nosotras tenemos que pensar en congelar embriones. Ellos no se ven obligados a disimular el paso del tiempo, y nosotras tenemos que usar cremas con placenta de tortuga ecuatoriana Ellos no tienen que dar señales exteriores de lozanía reproductora, y nosotras tenemos que mostrar escotes profundos para que se vea que aún podríamos darles de mamar (¿a ellos?). Y, como a las leyes las diseñan los hombres, las mujeres nos tenemos que aguantar cosas absurdas, como el hecho de que la jubilación nos llegue a las mujeres cuando menos la necesitamos. Si las leyes fueran más justas y más pensadas en función de las necesidades femeninas, nos darían unos años de pensión en plena etapa reproductiva (de los 30 a los 40), para poder conservar el empleo cuando más le necesitamos, que es después de los 60, cuando una se siente llena de tiempo libre y energías: justo cuando los hijos se van de la casa. Crecer y envejecer no significa lo mismo para un hombre que para una mujer. Ellos tienen todo el tiempo del mundo para planear una familia y nosotras no. De ahí que tantas mujeres se quejen de que los hombres no quieren compromisos. Seamos sinceras: si nosotras pudiéramos tener hijos a los 70, ¿qué mujer querría tener compromisos a los 30 bellos, frescos y atractivos y años? Con tanto hombre suelto, ¿por qué anclarse con uno solo... y fallado?

1 comentario:

J dijo...

Tanto palabrerio y ni una palabra con sentido. Que pena!