lunes, 8 de septiembre de 2008

¿ Cirugía estética o arrugarse dignamente?

Hace diez años yo pensaba que cuando cumpliera 40 me autorregalaría una cirugía estética. Hice el cálculo y descubrí que me sale una pata de gallo nueva cada cinco años. También hice el otro cálculo: mil dólares por cada ojo, a precio de oferta con un médico de dudoso diploma que te opera en el baño de su casa con la camiseta manchada de salsa de tomates. Y si no es salsa y en verdad sus manchas son de sangre, tanto peor. Pero además, me acobarda la posibilidad de visitar un quirófano y poner mi cara en manos de un cirujano plástico cuyo ideal de belleza tal vez no sea el mismo que el mío. Yo no quiero cambiarme la cara, sacarme piel sobrante, achicarme la nariz, ni agrandarme los labios. ¡Solamente quiero que me devuelvan la cara que tenía a los veinte, cuando no me sobraba la piel, tenía la nariz más chica y los labios más grandes!. Una vez vi por televisión una filmación de un lifting total. Fue genial para enterarme de qué es lo que no quisiera que me hicieran jamás. Me di cuenta de que cuando las actrices hablan de que se hicieron “toquecitos” en el mentón y los pómulos, o de que se “retocaron un poco” los pechos, están minimizando la cosa, igual que la minimizan los cirujanos para que sus potenciales pacientes no se acobarden y se animen a pasar por el cuchillo. Una cirugía estética es cirugía mayor, y conlleva el mismo peligro que sacar una bala del estómago. Hay que hacerse análisis de riesgo quirúrgico, aplicar anestesia total, hay abundante sangrado e hinchazón y dolor intenso durante semanas. Para colmo, los resultados no siempre son satisfactorios, porque los mismos médicos reconocen que no pueden garantizar que la paciente se lleve la cara nueva que se quería llevar. La cosa es así: te anestesian, te hacen tajos por detrás de la línea del crecimiento del pelo, sobre la frente y en las sienes, y el cirujano o cirujana empieza a meter una palas metálicas por debajo de la carne para separar el músculo del hueso. Esto lo hace con la misma fuerza con que un sepulturero saca un cajón de la tierra, porque la carne está bien pegada al hueso, y cuesta soltarla. El médico suda la gota gorda al rasquetear por debajo para que todas esas capas de piel, grasa, nervios, venas y músculos llamados “cara” se despeguen de la parte ósea llamada “cráneo”. Después de que despegan todo, tiran con fuerza de las carne suelta hacia arriba y los costados, como quien tira de una frazada al hacer una cama sin arrugas. Cuanto más tiran, más años te sacan. Ya sabemos que a algunos se les va la mano y te dejan con una expresión de asombro permanente, justo a la edad en que a una ya nada le asombra. Después se va encimando el borde cortado sobre el borde trasero, que aún sigue firme sobre el hueso. Se corta con bisturí lo que sobra de cuero cabelludo, que son tiras llenas de pelos en cantidad suficiente como para hacer un lindo cinturón de cuero humano. Finalmente, se cosen los bordes. El médico en cuestión dijo que el resultado depende de la cantidad de puntadas que se hagan al coser: con pocas puntadas la tensión de la carne sería despareja, y puede quedar el lado derecho de la cara más tenso que el otro. Después mostraban a la mujer operada en cámara, en vivo. El resultado era maravilloso: mostraban la foto de antes y el después. Esa mujer se había sacado diez años de encima. ¿Pero dónde habían quedado esas tiras de cuero cabelludo que le sacaron? Un pedazo de ella había acabado en un cesto de basura del hospital, o peor, en el estómago de los gatos que siempre merodean los hospitales. Para colmo, eran trozos llenos de pelo. O sea que si una decide sacarse arrugas, pierde bastante pelo, que es algo que las mujeres siempre sentimos que nos falta. Cuento estos pormenores asquerosos para que se sepa que un lifting no es ninguna pavadita. Hay mujeres que quedaron condenadas a la silla de ruedas por un lifting mal hecho. Una vecina mía decidió operarse a los 65 años, después de haberlo pensado largamente desde los 43. No quiso que nadie, ni sus hijos, la vieran en el postoperatorio que siguió al lifting total, que incluía una lijada general de las arruguitas que rodean los labios. Estas arrugas, en vez de estirarse, se liman con una pulidora eléctrica. Cuando la vi después de la operación, estaba con unos impresionantes costurones negros rodeándole la frente y detrás de las orejas, con un look Frankestein muy adecuado para una fiesta de Halloween. Tenía tantos moretones azules, como si la hubieran tropeado una banda de skinheads en un callejón oscuro. “Si me hubieran avisado antes lo que dolía esto, no lo hacía”, me decía. Cuando la vi finalmente recuperada, casi me caigo sentada. No era ella. Parecía su propia hermana menor o una hija mayor. Y además, como toda mujer que se estira la cara, tenía un asombroso parecido con Zsa Zsa Gabor. Al poco tiempo de haberse operado, algo en el cóctel de antibióticos que le dieron en el postoperatorio le cayó mal, y mi vecina se murió. Fue un cadáver precioso. Nunca vi a nadie lucir tan bien en su propio velorio. Me dio pena que no hubiera podido disfrutar un poco su cara juvenil, después de tanto dolor que soportó para verse mejor al espejo. ¿Vale la pena tanto sacrificio? La sociedad moderna nos impulsa a operarnos. En todas partes se escuchan conversaciones sobre el tema, tratados con al misma liviandad con la que uno habla de recetas de cocina. Una revista femenina sorteó una operación de mamas de regalo. Si al sorteo lo gana el marido de una, ¿qué hacen? ¿ Le ponen siliconas en el pito? Un día me quedé helada viendo en la tele un informe especial sobre el “Culto a las Colas”, diciendo “ Las hay de todas formas...¡ y las más valientes se la operan!.”, sugiriendo que la que no se opera es cobarde. Cuando el actor británico Hugh Grant llegó a Estados Unidos por primera vez , dijo en una entrevista : “Desde que llegué sólo veo por todas partes avisos publicitarios del Wonder Bra, ese corpiño que aumenta el busto... ¿Ese problema tiene este país? ¿Que los hombres no le miran el busto a las mujeres?” ¿ Será ese el problema que tenemos en todas partes? Los cirujanos buenos son muy caros y los de precios accesibles son un peligro: no tienen reparos en operar sin las mínimas condiciones de higiene. Encimas, todos se pelean por operar gratis a mujeres de la farándula para que los promocionen mencionándolos en los medios. “Me hice un toquecito con el Dr González”, dice alguna vedette. ¿Toquecito? ¡Le dieron vuelta la cara como una media y estuvo dos meses convaleciente! Cada vez hay más mujeres con cara de asombro perpetuo. Sus ojos parecen sacados de los muñecos de cera del Museo de Madame Tussaud: inexpresivos y fríos como los de un ciervo embalsamado, con una llamativa escasez de párpados. Encima, todas estas ancianas rubias y sin patas de gallo están acompañadas por viejos decrépitos que parecen sus padres ...pero que en realidad son sus maridos. Otra vez , ¿para qué? ¿Para mandarse la parte entre las amigas de 70 años que las conocen de toda la vida? ¿Para que el viejo de 70 no se vaya con una de 50, ni con una de 80 que se hizo el lifting para parecer de 60? A los cirujanos plásticos se les llena el consultorio de damas añosas que les dicen: “Quiero estar igual a la modelo del anuncio de desodorante de inodoros”. Y ellos las operan a todas, necesiten cirugía o no, porque si no lo hacen , las clientas van a consultar a otro cirujano que no tenga escrúpulos en operarlas. Si nos llevó cuarenta arduos años acostumbrarnos a duras penas a la cara que tenemos, y a tratar de convivir con ella, ¿no sería una pena malgastar otros tantos años de nuestra vida a habituarnos a una cara nueva, que eligió otro? Una cirujana plástica me explicó que el motivo porque nos arrugamos es el mismo por el cual podemos caminar, saltar, correr y bailar sobre el planeta Tierra: la ley de gravedad que atrae todo hacia abajo. La única manera de no arrugarse nunca sería vivir con gravedad cero, en una cápsula espacial donde terminemos con los huesos como gelatina, porque la falta de gravedad no fija el calcio. O sea que para andar siempre jóvenes y sin arrugas deberíamos habitar un planeta donde pudiéramos desplazarnos arrastrándonos por el piso como medusas, por no tener un esqueleto sólido como para sostenernos. Si no podemos luchar contra la atracción del magnetismo terrestre, ¿ no deberíamos adaptarnos al paso del tiempo y a la cara que tiene “el gastado que sólo el tiempo le da”, como decía un viejo aviso de tejanos? ¿De qué nos sirve combatir los años? ¿Acaso con una cara de quinceañera vamos a poder hacer más cosas que con una cara por donde pasaron experiencias? ¿Para qué queremos la cara fresca? ¿Para ir al viaje de egresados que nos perdimos en quinto año? ¿Para entrar a las matinées boliches bailables? ¿Para ligarnos con un chico de 20? Y si lo hicieras...¿serás capaz de acompañarlo toda una noche jugando al billar o al boliche? Todas las mujeres sabemos que lo más importante no son las apariencias exteriores, pero queremos estar siempre bellas. Aplaudimos a la actriz que dice:“No me operaría jamás, porque me llevó muchos años ganarme las arrugas que ahora tengo” y criticamos a la que está hecha una pasa de uva, diciendo: “Está destruida... ¿cómo no se cuidó?”. Vivimos entre paradojas. Lo primero que te dicen los cirujanos plásticos y los dermatólogos es que no tienes que tomar sol, porque el sol destruye las fibras celulares más profundas y es la primer causa de las arrugas. Al mismo tiempo, te dicen que tienes que tomar mucho sol para fijar el calcio y prevenir la osteoporosis. ¿En qué quedamos? ¿Sin arrugas y fracturadas, o arrugadas con huesos sólidos? ¿No hay una opción más agradable? En los últimos años pareciera que una mujer no vale más que su propia cara. Encima,estamos en una sociedad que quiere que las mujeres del Mediterráneo tengan pómulos vikingos y boca africana. La escritora estadounidense Erica Jong se operó la cara , y dijo: “Me hice un lifting. No hay cicatrices externas porque están todas dentro. Mi cara parece irreprochable. Mi alma está llena de costuras. Me gustaría volver a tener veintinueve años sabiendo todo lo que hoy sé. Me gustaría contar con es ventaja sobre el resto de las que hoy tienen veintinueve años. Yo sé hacia dónde se dirige el camino y ellas no. Pero saber hacia dónde se dirige el camino te hace menos temeraria. Puede que tenga el rostro más joven, pero actúo con la precaución propia de mi edad. Miro antes de saltar. Lo que me pregunto es si mi cara se desprenderá en mitad del salto.”

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