lunes, 8 de septiembre de 2008
Habrá más penas y olvidos
Esta es la edad en la que una se empieza a formular cada vez más seguido el siguiente tipo de preguntas:
¿Les avisé a no a los chicos que al salir de la escuela vamos al dentista?
¿ Era hoy o era ayer que los tenía que llevar al pediatra?
¿ Tenía turno a las cinco menos cuarto o a las cinco y cuarto?
¿ Dónde habré puesto el papelito donde me anotaron el turno?
¿ Cómo se llamaba el dentista?
¿Tenía que llevar a los chicos al médico, o tenía que ir yo al médico?
¿ Hoy había que ir al traumatólogo o al oftalmólogo?
¿ Qué era un oftalmólogo?
Una empieza a temer por su salud mental. No recuerda si le puso o no jabón al lavarropas antes de hacerlo funcionar. No recuerda si era hoy la charla de introducción al curso de Historia de Arte o fue la semana pasada y se la perdió. No recuerda las fechas de cumpleaños de las amigas. No recuerda el nombre de las amigas. No recuerda dónde dejó las llaves. ¡No recuerda nada!
¿ Amnesia precoz? ¿Arteriosclerosis que avanza? ¿Taponamiento de vena carótida?
¿ Cómo fue que, de poder recordar teléfonos sin anotarlos, una pasa para a tener que anotar todo para no olvidar nada?
Pongamos que tenemos que hacer la cena y nos faltan huevos para hacer la tarta. Vamos corriendo al supermercado. Y una vez ahí compramos de todo... ¡menos huevos!
Nuestras conversaciones en familia son cada vez más largas. No porque tengamos más cosas para contar, o porque hagamos relatos fascinantes, sino porque mientras estamos hablando, no coordinamos ni lo que queremos decir:
- Hoy estuve en el... el...
- ¿Adónde has estado?
- En el lugar ese, que queda a diez cuadras...
- ¿Qué?
- Ese lugar con la puerta roja que tiene un teléfono publico en la puerta...
- ¿Qué lugar?
- ¡Ahí... donde van los alumnos a sus clases!
- ¿La escuela?
- ¡Eso!
Nuestra familia se queda con la boca abierta, sin poderlo creer.
Nosotras tampoco lo podemos creer. Ni siquiera podemos contar una novedada entera sin titubear media hora acerca de qué, quién y cuándo. Tal vez por eso cada vez contamos menos cosas, nos volvemos más calladas y damos la impresión de ser más pensantes justo cuando el cerebro se nos declaró en huelga por tiempo indefinido.
Somos capaces de pasar quince minutos contando algo que hace poco tiempo contábamos en tres minutos. Es por eso que una rara vez pide ayuda para los quehaceres domésticos:
- Camila, pásame por favor el chisme ese redondo...
Pide una, mientras sostiene una pesada olla repleta de agua hirviendo con fideos en las manos.
- ¿ Qué chisme redondo ? ¿ Una tapa?
- ¡ No! Esa cosa redonda que guardo en el armario de abajo a la izquierda, detrás de la licuadora...
Y nuestra hija empieza a sacar cosas del armario sin ton ni son, desesperada por saber qué nos puede estar haciendo falta:
- ¿ Un tupper?
- ¡No, no!
- ¿Una ensaladera?
- ¡Nooo!
- ¿Una fuente?
- ¡NOOO! ¡ APÚRATE QUE ME ESTOY QUEMANDO!
- ¿ Qué sé yo qué quieres?
- ¡ QUIERO ESA COSA REDONDA Y PROFUNDA CON AGUJERITOS, QUE SIRVE PARA QUE LOS FIDEOS SE QUEDEN AHÍ Y EL AGUA SALGA PARA ABAJOOOO!- grita una, con los dedos en agua hirviendo y los brazos cediendo al peso de la olla.
- ¡Ah! ¿ Un colador?
- ¡Sí, un colador! ¡ Al fin has dado cuenta! ¡Mira que eres lenta para entender, hija!
Yo ya llamo a todo eso el “T.U.S”: síndrome de Tara en el Uso de Sustantivos. Padecerlo es algo exasperante. No sólo olvidamos nombres de objetos que mencionamos cotidianamente desde los 2 años, sino que mezclamos los nombres de las cosas y usamos siempre la palabra incorrecta, lo que nos convierte en el hazmerreír de nuestros hijos:
“Hazme el favor de poner la fuente en el piso, digo en el horno, digo... ¡ en la mesa!...”
“Mastiquen con la oreja cerrada, con la nariz cerrada,…¡ con la boca cerrada!”
“Pásame el cuchillo que te sirvo más …digo el tenedor… digo, el vaso. ¡ Ufa!¡El plato!”
Terrible. Justo en el momento en que debemos emitir órdenes con cierta autoridad, se nos mezclan los nombres de las cosas y de los hijos:
Martín, digo Fernando, digo Melisa. ¡ Levanten esto, quien quiera que sea!
Yo no soy Martín...
¡ DIJE QUE LO LEVANTEN! ¡Y se los digo a TODOS!
Con el tiempo, aprendemos que es más fácil llamar a la gente “ Gordo”, “ Niña” o “Mi amor” antes que acertarla con el nombre correcto.
El tema es que si a un hijo no lo individualizas como Patricio Maximiliano en el momento exacto de darle una orden, lo más probable es que siga rascándose en la cama, diciendo: “ Como no dijiste mi nombre, pensé que le pedías a mi hermana, no a mí”.
Dentro de la pareja, la incapacidad de recordar sustantivos se reemplaza con telepatía y la multifuncional palabra “coso/a”:
- Yo me voy a preparar un... ¿Tú quieres?
-Sí, por favor, y agrégale un chorrito de eso... de la heladera.
Me parece que ya no queda, porque la usaste para hacer la...
-Es cierto. Abrí una nueva. Hay más, debajo del coso...
-Che, hoy hace demasiado frío como para salir, ¿ Qué tal si alquilamos una...?
-Bueno. El cosito ese... está en la repisa del coso...
-Voy en auto. ¿ Dónde tienes la...?
-Está colgando junto al. ese lugar...
Mientras los de afuera no entienden nada, ellos se toman dos cortados y después alquilan un video.. Todo con eficiencia y SIN SUSTANTIVOS.
La causa de que se produzca esta T.U.S tan normal en las mujeres todavía no ha sido investigada- así como no se investiga nada que nos pase a nosotras-, aunque algunos aseguran que después de pronunciar cada palabra 250.000 veces en el transcurso de nuestra vida, estas se terminan desgastando hasta desaparecer, como lo haría una estampilla demasiado manoseada dentro de una colección añeja. ¿ Será que los sustantivos tienen fecha de vencimiento? Un psicólogo me dijo que el mal tiene nombre clínico: “ Afasia Nominal”.
A las madres, particularmente, el T.U.S. nos ataca antes porque nos vemos obligadas a repetir todo más veces que un hombre o una mujer sin hijos.
Pero el T.U.S. nos lleva a sufrir papelones permanentes. Somos capaces de escuchar por teléfono durante media hora a una persona que nos llama diciendo que es “Liliana” , sin animarnos a preguntar cuál de las cinco Lilianas que conocemos es la que nos está hablando. Porque si nos dice que es “Liliana, de la oficina” tampoco ayuda: en el trabajo no recordamos haber conocido ninguna Liliana.
Quedamos espantosamente mal con amigas que se acaban de divorciar, quedar viudas o quedar embarazadas, porque hablamos de bueyes perdidos y no nos animamos a preguntar por su embarazo, su divorcio o su viudez, por temor a equivocarnos de persona. Nada peor que preguntar erróneamente:
- ¿ Cómo estás elaborando el duelo de tu marido?
- ¿ Qué duelo? ¡ Si Jorge está jugando al tenis!
- Ejem... Esteee... Es un chiste: Me refería al duelo de que te deje sola para ir a jugar al tenis...
Cuando queremos arreglar la situación, en esos casos, siempre la empeoramos.
Como quien dice:
- ¿ Cómo está tu marido?
- ¿ Qué te pasa? ¿No recuerdas que falleció el mes pasado?
- Esteee... Por eso...¿Cómo está? ¿Siempre en el mismo nicho?
Mejor no aclarar, porque oscurece.
Lo peor es con los embarazos de las amigas. En esta etapa de la vida nuestras relaciones amistosas son más telefónicas que personales. Así que entre el momento en que una amiga nos cuenta que está embarazada y el momento en que parió a su hijo, una olvida preguntarle por la panza, el obstetra y los comentarios de rigor, y queda como una mala persona. Alguien que conozco le dijo a una embarazada que no veía hace rato: “ Oye ...¡Para con los dulces!¡ Cómo engordaste!” , y después tuvo que fingir que era un mal chiste.
En esta etapa de la vida, para colmo, las mujeres empezamos a tener padres grandes, con achaques varios. Algunos tienen graves problemas de salud, y otros, directamente, se van muriendo. Cuesta mucho recordar qué padre de qué amiga tenía cáncer de huesos que se fue a la próstata, cuál se está recuperando y cuál está cada vez peor. Una opta por ni preguntar por los padres, y así va pasando la vida sin saber quién los tienen vivos y quién no.
Esta falta de memoria súbita nos hace perder tiempo y actividades sociales. Yo ya no recuerdo cuántas veces falté a eventos, inauguraciones, aniversario y cumpleaños simplemente por haberme olvidado de que había que ir. Si no me llaman para hacerme acordar en el mismo día, ¿ cómo pretenden que recuerde algo de una semana para la semana siguiente? Ni hablar si la invitación se realiza con un mes de antelación. Para colmo, cuando nos preguntan por qué no fuimos, una no puede decir: “Me olvidé” ¡ Suena a una falta de interés total! Entonces empiezan a pretextar hijos enfermos, autos rotos, caños rotos... cuando lo único que tiene roto es medio cerebro, en particular la zona de la memoria.
A veces me invitan a una fiesta y me piden que lleve algo salado... ¿ o era algo dulce?
Todo esto de los olvidos también nos llena de culpa. Especialmente cuando vienen los chicos de la escuela diciendo: “ Hoy había reunión de madres y no viniste... ¡ Estaban todas las madres menos tú!” .Cuando eran chiquitos, para no frustrarlos, les inventaba que había estado enferma, tenía el auto roto o el caño roto. Ahora que ven cotidianamente hasta qué punto la memoria me juega malas pasadas, soy un ejemplo de honestidad: “ Perdóname, me olvidé”. No sirve: les agarran terribles rabietas: “¿ Cómo pudiste olvidarte?” . Nadie te agradece la honestidad.
Tengo tanto miedo de olvidarme citas con médicos que voy al consultorio el día anterior:
- ¿ Está segura que tenía turno hoy? No la veo fichada aquí. Déjeme ver si se me pasó... ¿Cómo no la anoté?
-
Mientras la secretaria se empieza a desesperar porque no encuentra mi nombre en ninguna parte, una ya empieza a intuir que se equivocó...
- Tal vez me confundí la fecha...
- No, déjeme verificarlo, por favor... A ver el listado... ¡Aquí está! Pero usted tiene turno mañana... ¿Cómo puede ser?
Claro, la secretaria tiene 20 años. ¡ No puede imaginar lo que le va a pasar dentro de 20 años más!
Las de 40 ya no podemos ni abrir la heladera de tantos papelitos recordatorios pegados con imanes a ella, todos encimados. Es que lo que una no pone en la heladera, directamente lo pasa por alto. Buscando una alternativa a los papelitos pegados con imanes, probé comprando una pizarra para escribir con marcadores de esos que se borran con un trapito. Compré una fibra roja, y en dos horas toda la pizarra era una gran mancha roja donde era imposible distinguir lo urgente de lo postergable.
Cuando mi marido la miró, comentó horrorizado:
- ¿ Cómo vas a anotar estas pavadas? “ Poner las lentejas en remojo”, “Sacar las sábanas de la lejía”...
- ¡ Porque si no las anoto, nunca en la vida comeremos lentejas, y las sábanas quedarán hechas hilachas!
- ¡ Falta que anotes “ Lavarme los dientes”!
- ¡ Uy, tienes razón! – dije yo, y corrí a anotarlo.
Una amiga a la que le pasa lo mismo me dijo que empezó a anotar todo en una agenda, paso a paso, las cosas que tenía que hacer, las direcciones y los teléfonos donde debía llamar. Intenté imitarla sin éxito. No me sirve tener agenda, porque olvido siempre dónde la dejé. Entre los olvidos de ella y los míos, repetimos la misma charla cada vez que nos encontramos, y siempre hablamos de lo mismo. Total, ya olvidamos de qué hablamos la última vez.
Siempre decimos:
- ¿Recuerdas cuando hablábamos de corrido?
Pasamos juntas tardes enteras balbuceando.
La naturaleza es sabia también en este caso: justo en el momento de la vida en que nos damos cuenta de que podría habernos ido mejor, empezamos a perder la memoria. Ni siquiera recordamos lo que antes añorábamos. Y hasta nos mezclamos recuerdos ajenos como si fueran nuestros. Yo a veces no distingo lo que me contó una amiga de lo que vi en una película. Como dice Sabina: “ No hay nostalgia peor / que añorar lo que nunca, jamás sucedió”.
Con mi marido tenemos diálogos cada vez más raros:
- ¿ Te he contado ya que he ido al médico?
- Sí, ya me lo has contado tres veces.
- Pues ya sabes: me estoy volviendo vieja.
Al rato él me dice:
- El imbécil del fontanero no vino tampoco hoy , ¡voy a llamarlo ya!
- ¡ No lo hagas! ¡ Ha venido y a reparado todo !
- ¿ Y por qué no me lo has dicho?
- Pensé que ya te lo había dicho... ¿ A quién se lo dije, entonces? ¿ Seguro que no eras tú?
¡Algún tratamiento habrá para todo este síndrome del....!.¿ Cómo dije que se llamaba....?
El otro día le consulté esto a un amigo, y me dijo que su psiquiatra le recetó unas pastillas buenísimas para recuperar la memoria. Cuando le dije que quería el nombre del especialista, le pegó un grito a su esposa:
- ¡Ey, tú! ¿Recuerdas cuál era el nombre de la madre de Jesús?
- ¿ Quién? ¿ María?
- ¡ Eso mismo! Ahora, dime, María... ¿Cómo se llama ese médico que me atiende por la falta de memoria?
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