lunes, 8 de septiembre de 2008
Lsa extensiones capilares y sus vicisitudes
Una vez, hace mucho tiempo ya, recibí una invitación para una fiesta de casamiento. ,
No sé si te pasará lo mismo que a mí: últimamente se casa tan poca gente- y los pocos que se casan hacen tan pocas fiestas-que cada fiesta de casamiento a la que me invitan me parece que es la última.
Las fiestas de casamiento son ese pretexto único que tenemos las mujeres para lucir despampanantes y echarnos el ropero encima, producirnos como estrellas de Hollywood, o comprarnos un vestido nuevo.
Yo ya tenía vestido y zapatos, comprados hacía diez años “por si tengo una fiesta” y aún sin estrenar, porque nunca tengo una fiesta.
Mi problema mayor, como siempre, era el pelo.
Suelto o recogido, no había manera en que planeara peinarme para la fiesta que me garantizara una pizca de dignidad y que hiciera juego con el vestido nuevo.
Entonces me enteré que todas las mujeres que lucen espectaculares cabelleras en la televisión no lucen pelo propio, sino extensiones postizas de pelo.
¿Por qué yo no iba a probar qué tal era eso de tener extensiones?
Me metí en una peluquería decida a que me cambiaran la cabeza. Ahí me contaron que hay extensiones de Kanekalón ( pelo de plástico) pero que las mejores son de pelo coreano, porque parece que el pelo de las orientales es el más brilloso y pesado, con más cuerpo, y es el que mejor resiste cualquier tintura sin perder brillo. Cosa que no me sorprendió, ya que yo era la prueba viviente de que el pelo occidental no resiste ni la tintura ni el agua de lluvia sin perder brillo, cuerpo, densidad, textura...TODO.
También me enteré de que el pelo brilloso de las propagandas de champú- ese pelo que se desanuda solo, brilla como un espejo y flota con el viento - pertenece a tomas realizadas a modelos coreanas que le prestan su pelo a rubias rusas o norteamericanas de pelo estropajoso que sonríen bajo cascadas de pelo oriental.
La peluquera tardó una hora en teñir mechas de renegrido pelo coreano de mi mismo color de pelo. Después estuvo como dos horas pegándome cada mecha a mechones de mi propio pelo, con una pistolita de plástico de esas que se enchufan para calentar barritas de goma que se derriten en su interior. Me pegué tantos mechones que terminé con la cabeza dolorida y ladeada por el peso del pelo nuevo. Me aconsejaron que me lavara la cabeza dejando corre el agua y sin rascarme el cuero cabelludo, para que las mechas me pudieran durar por lo menos un mes .
Después del brushing, el resultado fue espectacular: mi cabellera había triplicado su volumen, y me sentí más sexy que nunca, si es que sentir un zapallo chamuscado de cinco kilos sobre el cuello es compatible con el hecho de sentirse sexy.
Lo que yo no sabía es que si tienes extensiones, no te puedes peinar a riesgo de que te despegues todos los mechones. Además, no te pueden acariciar la cabeza, sin tocar pegotes duros del pelo postizo al propio. O sea que las extensiones van muy bien para mujeres solas, que se miran y no se tocan, como las divas de la televisión, pero no para alguien que planee impactar a su esposo o atraer a un hombre para compartir una noche de amor.
Aunque yo a mi marido logré impactarlo. Cuando me vio tan peluda, lo primero que dijo fue:
- ¡ Qué asco! ¿ Que son estos grumos duros que tienes por todas partes?
Nunca estuvo tan lejos el uno del otro.
Me pasé días enteros gritando: “ ¡ No me toquen el pelo!”
Estaba aterrada de que las demostraciones de cariño pudieran aflojar mis mechas postizas. Lo peor es que las extensiones se empiezan a aflojar igual, aunque nadie te acaricie. Esto no sucede al mismo tiempo, ni en forma pareja.
Una noche yo estaba haciendo cola para entrar al teatro, cuando una señora detrás de mí me tocó la espalda y me dijo:
- Te aviso que se te acaba de caer un mechón de pelo al piso.
Mi tapado negro y mis tacos altos no sirvieron para compensar la humillación que sufrí al agacharme, levantar mi mechón de pelo caído, decir “ Gracias”, y metérmelo en el bolsillo.
¿ Qué otra cosa podía hacer? ¿ Decir: “Gracias, pero déjelo ahí, pelo es lo que me sobra”?¿ Decir “ Gracias, pero no es mío”?
Empecé a salir de casa obsesionada con que se me cayeran mechones en los momentos menos adecuados.
A veces me ataba el pelo para no perder mechones, pero el papelón lo sufría igual:
Para evitar caídas inoportunas y a destiempo, antes de salir de casa me pegaba unos tironazos de pelo para ver si algún mechón andaba flojo.
A veces encontraba alguno flojo, a medio despegar, y me lo terminaba despegando a mano. Pero como el adhesivo que lo une es el mismo que se usa para pegar azulejos, al arrancar del todo el mechón postizo, tenía que arrancarme yo un mechón verdadero y mío.Encima, los mechones no se desprenden de manera simétrica y uniforme, sino caótica y despareja..
Al tiempo yo estaba con el doble de pelo de un lado que de otro Durante un mes, fue ir recolectando por la calle minuciosamente cada mechón de pelo que perdía.
Ese mes no pasé desapercibida. Todos me miraban con insistencia. Pero no por mi melena de mujer fatal, sino por mi aspecto tan extraño.
Cada persona que me cruzaba me decía:
- Estás como rara... Tienes mucho pelo a la derecha, poco a la izquierda y nada atrás. Y además tienes unos mechones duros que te salen de la oreja... ¿ qué son?
Yo intentaba desesperadamente cambiar el tema de conversación contando chismes terribles de otra gente. Era en vano:
- Muy interesante... Pero por favor explícame qué le pasa a tu pelo, que lo tienes tan raro...
¿ Cómo explicar “ Tengo pelo de coreana teñido de rubio, pegado a mi propio pelo, caído al piso, pateado, pisado, y vuelto a pegar con pistolita eléctrica de esas que se cargan con barritas de goma que se derrite”?
Un día me harté de todo el tema de las extensiones y de tener pegotes por toda la cabeza.
Gracias a los restos de pegote de peluquería sumados a los pegotes caseros, yo estaba desde hacía semanas sin dormir. Porque no es lo mismo dormir sin extensiones que apoyar en la almohada una cabeza llena de grumos como carozos pinchudos, grandes y duros como almendras con cáscaras.
Un día dije “Basta”. Me encerré en el baño y mi marido se cansó de escuchar gritos desgarradores hasta que decidió que estaba pasando algo peor que sacarse una muela sin anestesia:
- ¿ Qué te pasa?- me preguntó
- ¡ ME ESTOY ARRANCANDO LOS PELOS!
Era rigurosamente cierto: me arranqué cada mechón coreano con el mechón propio al que estaba pegado. En una hora pasé de tener más pelo que nunca en mi vida a tener menos pelo que nunca. Pero fue un placer inmenso poder volver a peinarme en vez de lucir una especie de nido de caranchos enredado y dejar que mi marido me acariciara nuevamente la cabeza. Lo más importante fue que retomé las relaciones sexuales, abandonadas por temor de que se me desprendieran mechones entre las sábanas, lo que es un bajón para cualquier hombre... y mujer.
De hecho, esta experiencia me demostró que las extensiones capilares son mágicas. Te cambian la vida totalmente: de ser pelada y desgraciada, pasas a ser peluda y desgraciada, y luego, solamente desgraciada. .
Guardé mis mechones propios y ajenos en una cajita.
¿ Para qué? No sé...Por un lado, me habían salido muy caros como para tirarlos.
Tal vez un día los pegue a todos juntos y me haga una espléndida cola de caballo para ponerme en la nuca cuando ya esté pelada.
Tal vez un día se los muestre a mis nietas diciéndoles que son rulitos de “de la abuela cuando era chiquita y tenía 40 estúpidos años, cuando de tener pelo normal pasó a tener demasiado pelo y después nada de pelo. ¿ No entendiste, mi vida? No importa, angelito: Espera a cumplir 40 y ya vas a ver”.
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