lunes, 8 de septiembre de 2008

Estrenando bifocales

Todo empezó de golpe, como esas cosas que marcan hitos en la vida. Yo estaba terminando de hacer un dibujo, cuando de golpe alguien me llamó. Levanté la vista y me mareé: veía todo nublado, no lograba enfocar las cosas. Fue sólo un segundo, y luego vi todo claramente. Como cuando me siento a dibujar, suelo acompañar mi tarea con una gran taza de café y otra gran taza de agua para diluir las acuarelas, por un instante pensé que ese mareo súbito se debía a que me había bebido el agua Amarillo de Cadmio y Azul de Prusia disueltos, en vez del café helado. Pero al día siguiente me volvió a pasar lo mismo, y creí que me estaba volviendo loca. ¿ Intoxicarme con vahos de acuarela? Imposible. ¿ Malestar por indigestión con yogur vencido? Improbable. ¿Los ojos me estaban enloqueciendo? Tibio, tibio. Soy una persona que vivió gran parte de su vida orgullosa por ser capaz de leer las letras más chicas de las entradas, de contratos truchos y hasta del interior grabado en las alianzas matrimoniales. Pero un buen día se me ocurrió ir a un recital de rock, cosa deprimente porque todos los asistentes parecían mis hijos. En la entrada me quitaron las baterías de la cámara de fotos, cosa que me indignó. - En su boleto dice que no se permite ingresar al estadio con cámaras o grabadores, señora- me dijo un oficial de policía. - ¿ A ver? ¿Dónde dice? ¿ Dónde? ¡ Dígame! – le dije yo , indignada, mostrándole el boleto. El me señaló el reverso del cartoncito, un rectángulo rosado que, para mí , estaba ahí como simple decoración. - ¿Está bromeando? ¡ Aquí no dice nada! El policía llamó a otro, y entre los dos me leyeron un texto que para mí era producto de su imaginación , porque yo no veía nada de nada . No disfruté para nada del show , obsesionada como estaba por llegar a casa y comprobar con lupa que los agentes del orden no me hubieran tomado el pelo.Al llegar a casa mis propios hijos me leyeron en voz alta eso de que se prohibía ingresar con cámaras, etc. La humillación que sentí no puede expresarse con palabras.¡Yo, que hasta hace poco podía leer el texto completo de la Contitución Nacional de Trinidad y Tobago reproducida en una estampilla de 5 centavos trinitenses; que consideraba que el nombre escrito en un grano de arroz era gigantografía cerealera; que me ufanaba de leer los nombres bajo las firmas de billetes antiguos y hasta el año de acuñación de monedas de un centavo, no podía leer la contracara de un boleto de entrada a un recital de rock! Todavía no tengo que alejar el diario hasta toda la distancia del brazo estirado, como les pasa a algunas amigas que son sólo unos meses mayores que yo. Tampoco tengo que pedir la hora porque no veo los números en el cuadrante de mi reloj, ni tengo que acercarme y alejarme de un conocido en la calle hasta encontrar la distancia óptima para ver si es un hombre o a una mujer. Pero cuando se lo conté a mi médico me dijo, como siempre: - ¿ Qué quiere? ¡Es la edad! Cuando le dije que al ponerme en cuclillas me crujen las rodillas, me explicó que a cierta edad una tiende a desarmarse como gelatina. Sigo sin entenderlo: ¿Cómo puede ser? ¡Si la gelatina no cruje! Luego me explica que mis problemas de visión se debe a la presbicia, que es una progresiva falta de elasticidad del cristalino, que es como una gelatina vidriosa que sirve de lente óptico para nuestro ojo. El ojo, esa maquinaria maravillosa, tiene en su puerta de entrada lumínica un superlente que sirve para corta, mediana y larga distancia. Es como tener mil lentes en uno solo: según se aplaste o se estire, nos permite enfocar todo. Una maravilla de la naturaleza que dura hasta los 40 años, fecha en la cual llega su caducidad, se empieza a endurecer y ya no se estira y achicharra con tanta rapidez, por lo cual empieza a costarnos más enfocar las cosas. O sea que mis ojos se están convirtiendo en una gelatina que cruje, como el resto de mi cuerpo, lo que no sólo va en contra de todas las leyes físicas dictaminadas por Newton o Einstein, sino que una vez más confirma que al cuerpo humano lo diseñó un antepasado de Mengele, con la sola idea de desconcertarnos año tras año. Porque si todo se afloja con la edad...¿por qué de paso no se afloja también el cristalino y nos deja saltar la vista desde un botón hasta el horizonte, viendo todo con absoluta claridad en cuestión de segundos, como lo hacíamos un año atrás? Hace poco me encontré con una amiga sólo dos años mayor que yo que para leer su agenda sacó un par de lentes de aumento bifocales. Yo nunca la había visto con gafas, y le dije: - ¿ Qué haces con gafas? – le dije - Es que si no, no puedo leer- me dijo - ¡ Pero si siempre has leído perfecto! - Pero ahora tengo presbicia, y estos anteojitos me cambiaron la vida. Entonces se los pedí prestado, me los probé y ...de golpe vi tantas cosas, tan clara y nítidamente, que me asusté. Si seguía con eso puesto en la cara un minuto más , jamas podría seguir por la vida sin anteojos. Me vería con precisión exacta cada cana, arruga y mancha nueva. Nadie podría verme nunca más mi rostro real sin anteojos. No podría volver a leer un diario, un libro, ni la pantalla de la computadora sin anteojos. Me saqué los anteojos de un manotazo y se los devolví : - ¿ Qué te parecieron? - De tan maravillosos, son adictivos. ¡Guárdalos lejos de mi alcance! La naturaleza es sabia: perdemos la vista justo al mismo tiempo que perdemos la belleza. Como diseño biológico, no está nada mal. He decidido que ninguna de estas novedades clínicas logrará deprimirme. Y tengo gente amiga que siempre tiene una frase oportuna a flor de labios al respecto del paso del tiempo. Cada vez que me quejo de algo,siempre hay alguien cerca que me dice: - ¡No te quejes, mujer, que para ser una vieja de más de 40 estás bastante en pie, todavía! Y yo, que no bebo alcohol, siento unas ganas súbitas de ir a un bar de esos de las películas y pedirle al barman un scotch en las rocas sin hielo...¡ y que sea doble!.

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