lunes, 8 de septiembre de 2008

Fotos del alma

A esta edad, jamás incluyo mi fecha de nacimiento en ninguna solicitud de empleo. Si quieren adivinarla, que se tomen el trabajo de calcularla a través de mi número de documento. Y con gusto evitaría enviar ninguna foto. Pero cuando exigen una foto... ¿ qué hay que enviar? ¿ Una foto actualizada, para que digan “ Yo a esta veterana no la contrato ni loco?” ¿ O una foto de hace un par de años, con una decena de patas de gallo menos, para que se animen a llamarnos y se decepcionen más tarde, al vernos personalmente? Hace poco me tocó golpearme de frente con la realidad: me invitaron a asistir a un congreso en el interior del país, previo envío de mi currículum y foto.Envié la foto de siempre, que me sacaron en 1995, cuando se publicó mi primer libro:“ Los hombres vienen flojos”, que por llevar semejante título tuve que sacarme en pose seductora. Desde entonces, cada vez que me piden una foto sigo usando esta misma foto. Cuando llegué a destino, los asistentes del congreso ( mayoría abrumadora de hombres) me recibieron diciendo: - ¡ Oia! ¿Y la rubia de la foto, no vino? ¿ Cómo que es usted? Pero entonces, esa foto ya tiene unos años, ¿no? Bueno, en fin...Ya que está aquí, pase, qué se le va a hacer... Por poco no se me ponen a llorar al hombro. Casi los termino consolando, explicándoles que ese rostro juvenil pereció sofocado por varias capas de nanósferas de colágeno y crema de placenta de tortuga siberiana. Okey, reconozco que pude haber cambiado algo desde aquella foto de 1995 hasta la fecha. Pero en el catálogo del congreso también aparecían fotos masculinas de morochos de frondosas melenas y rubios con flequillo (que ahora estaban totalmente pelados), y nadie les dijo: - ¿ Así que usted perdió todo el pelo? No es como el de la foto... Bueno, qué se le va a hacer, ya que está, pase... Supuse que iba a un congreso cultural, no a un concurso de belleza Ya aprendí la lección: nunca más envío fotos que me muestren más joven de lo que soy. En otra época, todo lo que pasó me hubiera deprimido durante tres días seguidos. Ahora, en cambio... ¡ con sólo recordarlo me deprimo todo el año! Pero eso sí: no me importa nada lo que piensen los demás de mí. Lo que me preocupa es lo que opino yo de mí. El problema es que de mí opino unas cosas espantosas. No puedo mirar una foto sin pensar: “Esta me la sacaron en el verano del ’82, cuando no podía usar bikini porque tenía siete kilos de más”, “En este viaje estaba deprimida porque el jean no me cerraba”, “Esta es del casamiento de mi hermana la pasé horrible porque me apretaba el vestido”, “Aquí muerta de calor con ese tapado que me dejaba puesto para que no se me notara la panza”, “¿Quién fue el desgraciado que me sacó esta foto horrorosa?” ... Pero por suerte, en la vida cotidiana no me hago mala sangre por pavadas. Antes no salía de casa sin tener el maquillaje perfecto. Ahora ya ni me pinto... Total, está visto que nunca voy a volver a ser como era en 1995. Tanto mejor: cuando me sacaron esa foto, estaba deprimida, en pleno proceso de divorcio. Me hacía la mujer fatal, cuando lo único fatal era lo que me estaba pasando. Lo que demuestra que las fotos mienten. En muchos países del mundo la gente no se deja fotografiar, porque creen que las fotos roban el alma. Tal vez tengan razón, no en el sentido de que el hecho de que te “ saquen “ una foto le saque algo a tu persona, sino en que la foto misma que te sacaron no te muestra a tú como persona total, sino a una fracción tuya, en un instante efímero de tu vida. O sea que uno nunca es la persona fotografiada. Y menos, si hace mucho que no va a la peluquería. Últimamente me resisto menos a que me saquen fotos. Lo único que hago es ponerme lentes oscuros y decir (justo antes de pagar la luz y girar la cabeza para que no salga mi cara): - ¡Pásenme un biombo, YA!

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