lunes, 8 de septiembre de 2008
¿ No éramos eternas?
Mi abuela se empezó a deprimir a los 60. Empezó a lloriquear interminablemente, año tras año, con la misma cantinela: “ Estoy vieja, ya no me queda mucho tiempo más de vida, en cualquier momento me voy a morir”.
Se le detectó una diabetes y se la operó de cáncer. Se recuperó lo más bien y siguió diciendo: “Me voy a morir, me voy a morir”. Conoció a sus nietos y a sus bisnietos. Se le murió su marido y se le murió una nieta. Y ella siguió: “Estoy vieja, me voy a morir”.Un invierno, empezó a tener con una tosecita persistente. Se automedicó con jarabe para la tos. A la semana murió de meningitis, por un resfrío mal curado.Tenía 86 años. O sea que se había pasado los últimos 26 años de su vida esperando aterrada a la muerte día tras día, para morir por una boludez como un resfrío mal curado.En vez de aprovechar cada instante, había desperdiciado el tiempo preocupándose porque el tiempo se acaba. La actitud de mi abuela es bastante común en las mujeres: nos angustiamos por lo que podríamos perder, sin darnos cuenta de lo que tenemos.
Amargarse porque el tiempo pasa es un absurdo que me recuerda a la escena de “Anna y sus hermanas” en la que Woody Allen sale del médico, aliviado porque no tiene un tumor maligno en el ojo, y la alegría la dura segundos hasta que recuerda: “¡Oh, no! ¡Aunque esta vez no esté enfermo, de todas maneras, un día moriré!”. Hasta los 40, una ni piensa en la muerte: está demasiado ocupada en tareas de lo más prosaicas y vitales: limpiar lo sucio, ensuciar lo limpio, secar lo mojado, mojar lo seco y rascar donde pica.
La vida hasta este momento parece una continua sucesión de organización de fiestas: cumpleaños varios, navidades, comuniones, pascuas, Años Nuevos, casamientos y fiestas de quince. ¿ Quién tiene tiempo para pensar en la muerte?
Pero a esta edad, de golpe y porrazo, se empieza a morir una enorme cantidad de gente conocida. Ya no por motivos trágicos como choques, accidentes y asaltos a mano armada, sino, lo que es peor... ¡ de muerte natural! Que nos vayamos quedando sin abuelas ni tías-abuelas, sin tías y tíos, vaya y pase: es natural y esperable. Pero que nos encontremos más a menudo a parientes y amigos en los velorios que en los cumpleaños se empieza a tornar alarmante ¿Qué está pasando?
¿Tan frágil es la gente? Hace unos años, cuando el teléfono sonaba tarde a la noche saltábamos de la cama para atenderlo con el corazón palpitando, pensando que un viejo amor nos llamaba diciendo “Estoy en Katmandú y no dejo de pensar en ti”. Ahora, cada vez que el teléfono suena tarde a la noche, saltamos de la cama horrorizadas y casi no nos atrevemos a atenderlo. ¿ Y si son malas noticias?
Las muertes cercanas nos ayudan a definir qué es importante y qué no.
La vida no nos sale siempre tan bien como la habíamos planeado, pero tenemos que disfrutar de lo mejor que nos da. Si aceptamos eso, todo lo bueno que nos suceda es como una yapa. Los muertos queridos son las personas que nunca más van a cumplir otro año. Dada la alternativa, envejecer es un privilegio.
Cada año que cumplimos prueba que somos supervivientes.. ¿Eso no es digno de festejar? ¿ Cómo no vamos a hacer una fiesta en cada cumpleaños?
“ Cuantos más años se vive , menos se teme a la muerte” , dice el Dr. Mario Ruda, un gerontólogo de pensionados. La abuela de una amiga me dijo un día: “Nunca me sentí mejor que ahora. Lo mejor de tener 78 es que ya no tienes que preocuparte por volverte vieja”.
Esto me llevó a hacer un listado en una tarde de lluvia en la que me sentía deprimida, al mismo tiempo que me sentía culpable por estar deprimida, lo que me resultaba aún, más deprimente, por lo cual empecé a escribir este alentador canto a la vida intitulado:
“ SI PUDIERA NACER DE NUEVO... ”
Compraría más libros... para nivelar las patas de la mesita del televisor.
Escucharía más y hablaría menos... para reducir la cuenta telefónica.
Aprendería a tocar un instrumento musical. Como por ejemplo, el triángulo. . Aprendería a hacer más cosas con mis manos. Dónde ponerlas mientras no fumo, por ejemplo.
Me cuidaría más la dentadura. Pagar cada diente postizo que pierdo sale muy caro.
Visitaría más gente enferma. Especialmente al tío soltero que me prometió su herencia.
Juzgaría a la gente no tanto por lo que es, sino por lo que puede ser. Cornudo, por ejemplo.
Tendría más valor para enfrentar la injusticia. Correría si me agreden.
Ahorraría plata desde chica y a los 40 sorprendería a mi familia diciendo que me la gasté ayer en zapatos.
Escucharía más música. A todo volumen para no escuchar las quejas de mis hijos. Pasaría más tiempo al aire libre, especialmente cuando mi suegra viniera de visita a casa.
Me preocuparía más ser yo misma que ser aceptada. Al diablo con la tintura.
Comería más cosas sanas. El chocolate con churros no mató a nadie, que yo sepa. Sería menos impaciente... ¡Ya mismo!.
Me conformaría con menos... millones de dólares.
Sonreiría más... falsamente..
Sabría que uno no vale por el aspecto de su cuerpo... sino por cómo le queda la ropa en su cuerpo.
Sabría que una no necesita que los demás la quieran: necesita que la adoren.
Sabría que la felicidad no existe como estado perpetuo: sólo existen ratitos de alegría, como cuando sueño con que estoy paseando por Disney World del brazo de George Clooney. Elegiría un cuerpo mejor, más duradero, igualito al de Pamela Anderson.
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